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Richards Keith-Vida-Memorias

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juntos.<br />

Y un año más tarde, dos semanas después de tocar en la Super Bowl,<br />

estamos en la playa de Copacabana para dar un concierto gratuito pagado por el<br />

Gobierno brasileño. Nos habían construido un puente por encima de la carretera<br />

que bordea la playa para que pudiéramos bajar directamente al escenario desde el<br />

hotel. Cuando vi el vídeo de ese concierto me di cuenta de que estaba centrado a<br />

tope. Quiero decir, ¡en plan cabrón! Lo que tenía que estar bien era el sonido,<br />

colega, el resto no importaba. Me había convertido en una especie de institutriz,<br />

asegurándome de que todo estuviera bien. Y era comprensible, porque íbamos<br />

a tocar para un millón de personas, y la mitad estaba en la bahía siguiente, así que<br />

no paraba de preguntarme si el sonido les llegaría bien o se quedaría en un<br />

confuso embrollo sonoro a medio camino. Sólo veíamos a una cuarta parte del<br />

público. Habían instalado pantallas a lo largo de casi cuatro kilómetros. Aquello<br />

podría haber sido una despedida triunfal, aparte de un par de conciertos en Japón,<br />

a una larga carrera de muchos años repartiendo caña. Porque poco después me caí<br />

de la rama.<br />

Nos habíamos ido los cuatro a Fiyi y estábamos pasando unos días en una<br />

isla privada. Fuimos a hacer un picnic en la playa. Ronnie y yo nos dimos un baño<br />

mientras Josephine y Patti organizaban la comida. Había una hamaca, y creo que<br />

Ronnie fue más rápido y se la pilló. Nos estábamos secando un poco después del<br />

baño y justo allí había un árbol. Nada de palmera. Era un árbol bajo y retorcido,<br />

prácticamente una rama horizontal.<br />

Se veía que ya se había sentado allí más gente antes, porque la corteza<br />

estaba gastada. Y debía de tener, creo, algo más de un par de metros de alto. Así<br />

que estoy allí encaramado, esperando la comida mientras me seco. Entonces oigo<br />

que dicen: «¡A comer!». Había otra rama delante de mí, y pensé: «Me agarro a<br />

ésa y me dejo caer suavemente». Pero me olvidé de que todavía tenía las palmas<br />

de las manos mojadas y llenas de arena, y al ir a agarrarme de la rama resbalaron<br />

las manos. Así que aterricé bruscamente sobre los talones y la cabeza se me fue<br />

hacia atrás y golpeó contra el tronco. Fuerte. Y eso fue todo. En ese momento no<br />

me preocupé.<br />

—¿Estas bien, cariño?<br />

—Sí, no pasa nada.

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