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Richards Keith-Vida-Memorias

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estaba a punto de montar la cagada definitiva que nos allanaría el camino a Anita<br />

y a mí. Llegó un momento en que ya no tenía ningún sentido la política de no<br />

intervención. Estamos varados en Marrakech, estoy enamorado de esta tía, ¿y me<br />

voy a tener que callar en atención a no sé qué puto formalismo? Evidentemente,<br />

para entonces todos mis planes de recomponer la relación con Brian se habían ido<br />

al garete porque, en el estado en que se hallaba, ni era posible ni merecía la pena<br />

reconstruir nada con él. Yo había hecho lo que estaba en mi mano, pero la<br />

situación se había vuelto insostenible. Y entonces fue cuando al tío no se le<br />

ocurrió otra cosa que llevar a dos putas llenas de tatuajes a la habitación del hotel<br />

(a las que, por cierto, Anita recuerda como dos «chicas muy peludas») y montarle<br />

una escena a Anita para humillarla; cuando empezó a tirarle comida del montón<br />

de bandejas que había pedido, Anita escapó corriendo a mi cuarto.<br />

Pensé que él quería salir de todo aquello y que si se me ocurría un buen<br />

plan lo aceptaría. Sir Galahad otra vez. Pero el hecho es que quería recuperarla,<br />

quería acabar con aquel embrollo, así que le dije: «No has venido hasta<br />

Marrakech para andar preocupándote por la somanta de palos que le has dado a tu<br />

novio: déjalo en la bañera con las costillas rotas. Yo no lo aguanto más, no<br />

soporto oír cómo te pega y los gritos y toda esta mierda. Esto ya no tiene sentido,<br />

larguémonos. Lo dejamos aquí y punto, estaremos mucho mejor sin él. Ha sido<br />

muy difícil para mí aguantar esta semana sabiendo que estabas con él». Anita era<br />

un mar de lágrimas porque por un lado no lo quería dejar y por otro se daba<br />

cuenta de que yo llevaba razón cuando le decía que en una de ésas Brian iba<br />

a intentar matarla.<br />

Así que me puse manos a la obra y planeé nuestra huida en medio de la<br />

noche. Cuando Cecil Beaton tomó esa foto mía tendido junto a la piscina, de<br />

hecho estaba ideando nuestra ruta de escape, estaba pensando: «A ver, le digo a<br />

Tom que tenga el Bentley preparado, quedamos en algún sitio cuando se ponga el<br />

sol... Nos largamos». La maquinaria se había puesto en marcha para la gran<br />

evasión de Marrakech a Tánger.<br />

Metimos a Brion Gysin en el ajo, le dijimos a Tom Keylock que le diera<br />

órdenes de llevarse a Brian a la medina de Marrakech, a la plaza Djemaa el Fna<br />

(la «asamblea de los muertos» donde están los músicos, los acróbatas y los<br />

encantadores de serpientes), para grabar un poco con su Uher y evitar de paso al<br />

ejército de periodistas que, según le contó Tom, trataba de dar con él. Mientras<br />

tanto, Anita y yo nos fuimos a Tánger en coche. Salimos muy tarde, ya de noche,<br />

ella y yo solos con Tom al volante; Marianne y Mick ya se habían marchado.

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