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Richards Keith-Vida-Memorias

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una perspectiva egocéntrica, si tenía que pasar, me alegro de que por lo menos<br />

ocurriera entonces, cuando todavía era demasiado pequeño para haber entablado<br />

una relación con él. Ahora es algo que me golpea como una vez a la semana. He<br />

perdido un hijo. Podría haber aspirado a grandes cosas. Cuando estaba<br />

preparando este libro escribí en mi cuaderno esta frase: «De vez en cuando, Tara<br />

me invade. Mi rujo. .Ahora tendría treinta y pocos años». Tara vive dentro de mí,<br />

pero ni siquiera sé dónde está enterrado el pequeñajo, si es que está enterrado en<br />

alguna parte.<br />

El mismo mes en que murió Tara miré a Anita y comprendí que sólo había<br />

un lugar adonde podíamos mandar a Angela mientras solucionábamos toda la<br />

situación: con mi madre. Y cuando empezamos a considerar la posibilidad de que<br />

volviera a casa, nuestra hija ya se había instalado cómodamente en Dartford con<br />

Doris. Así que pensé: «Bueno, mejor dejarla con mi madre. Tiene una vida<br />

estable, no toda esta locura alrededor, y podrá criarse como una niña normal».<br />

Así ha sido, y de forma genial. Do-ris andaba por los cincuenta y aún tenía<br />

energía para criar a otro niño, y cuando surgió la oportunidad y la necesidad,<br />

aceptó. Ella y Bill lo hicieron juntos. Yo sabía que me detendrían más veces,<br />

muchas más, ¿y qué sentido tenía criar a una hija así, sabiendo que teníamos a los<br />

polis en la puerta? Por lo menos me tranquilizaba saber que Angela estaba<br />

protegida, a salvo del mundo desquiciado en que vivía yo. Así que se fue a vivir<br />

con Doris y al final estuvo allí durante los veinte años siguientes. Marlon se<br />

quedó conmigo, en la carretera, hasta que terminó la gira en agosto.<br />

Cuando ese año (1976) Ronnie Wood emigró a América por motivos<br />

fiscales, fui a recoger todas mis cosas a The Wick. A la casa de Cheyne Walk no<br />

podíamos volver porque estaba vigilada las veinticuatro horas y siempre te<br />

encontrabas con un «¡hola, <strong>Keith</strong>!». Si nos quedábamos allí tendría que ser con<br />

las ventanas cerradas y las cortinas echadas, una existencia hermética, un<br />

verdadero asedio, totalmente encerrados con nosotros mismos.<br />

Lo único que intentábamos era seguir a flote y mantenernos un paso por<br />

delante de la ley en todo momento, siempre viajando previa llamada para<br />

preguntar: «¿Puedes conseguir agujas allí?». El pan nuestro de cada día en la vida<br />

de un yonqui. Una prisión que yo mismo me había construido. Estuvimos una<br />

temporada en el Hotel Ritz de Londres hasta que nos obligaron a marcharnos<br />

debido a que la habitación necesitaba una redecoración completa, cortesía de<br />

Anita. Marlon empezó a ir al colegio en serio por primera vez, a Hill House, una<br />

escuela donde los alumnos llevan uniformes de color naranja y parecen pasarse la

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