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Richards Keith-Vida-Memorias

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siempre que hablaba de la guerra, que no quería matar a nadie, y que lo<br />

hirieron en una pierna y en un hombro en Passchendaele o en el departamento del<br />

Somme, en Francia. Cuando se encontró con que ya no podía tocar el saxofón,<br />

Gus retomó la guitarra y el violín, pero la herida le impedía mover bien el brazo<br />

del arco y al final un tribunal le concedió una paga de diez chelines semanales por<br />

lo del brazo. Gus era amigo íntimo de Bobby Howes, que fue un músico muy<br />

famoso de los años treinta: habían estado juntos en la guerra y por lo visto<br />

actuaban a dúo para los oficiales y además les cocinaban, así que pasaron la<br />

guerra mejor que la mayoría de los soldados rasos, o por lo menos eso cuenta la<br />

tía Marje.<br />

Durante la década de los cincuenta formó un grupo que tocaba música<br />

folklórica de baile (Gus Dupree and His Boys) y no les iba mal actuando por las<br />

bases americanas. Durante el día trabajaba en una fábrica de Islington y por la<br />

noche se subía al escenario, con camisa de las de pechera blanca y todo... Lo<br />

mismo tocaban en bodas judías que en fiestas de logias masónicas, y solía traer<br />

de vuelta un trozo de pastel metido en la funda del violín; todas mis tías se<br />

acuerdan de aquello. De dinero debían de andar muy mal porque, por ejemplo,<br />

Gus nunca compraba ropa nueva, siempre iba con prendas y zapatos de segunda<br />

mano.<br />

¿Por qué cuando hablo de mi abuela la llamo «abnegada»? ¿Aparte de por<br />

haberse pasado en fases diversas de embarazo un total de veintitrés años de su<br />

vida? Lo que más le gustaba a Gus era tocar el violín mientras Emma lo<br />

acompañaba al piano. Pero durante un apagón lo pilló tirándose a una vigilante de<br />

la ARP, la organización que se creó justo antes de la guerra para la protección de<br />

la población civil durante los bombardeos; la típica historia. Y encima del piano<br />

además. Peor todavía. Emma no volvió a tocar el piano para él jamás, ése fue el<br />

precio que le hizo pagar; era muy testaruda, de hecho no se parecía nada a Gus y<br />

nunca entendió las excentricidades del temperamento artístico de su marido... Así<br />

que él recurrió a la ayuda de las hijas, pero «ya nunca volvió a ser igual que<br />

antes, <strong>Keith</strong> —me solía decir—, nunca volvió a ser igual». A juzgar por las<br />

historias que contaba, parecía que Emma era poco menos que Arthur Rubinstein:<br />

«Emma era increíble, no había nadie mejor. No sabes cómo tocaba». Al final,<br />

Gus convirtió aquello en una especie de anhelo por un amor perdido<br />

mucho tiempo atrás. Claro que, por desgracia, no había sido su única<br />

infidelidad, sino que hubo un montón de líos de faldas y los consiguientes plantes<br />

de su mujer. Gus era un mujeriego y Emma se hartó.

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