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Richards Keith-Vida-Memorias

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nadie. Nadie del equipo de los Sto-nes sabe dónde coño estamos. Y en esto que<br />

encuentro la tarjeta del señor Dole en la cartera: es la única tarjeta que llevo<br />

encima, el único número de teléfono. Así que llamo y de forma<br />

asombrosa contacto directamente con él y le digo:<br />

— Señor Dole, ¿se acuerda de un tipo a medio vestir y otro tío inglés con<br />

cara de estar medio muerto que conoció en su casa el otro día? Bueno, pues soy<br />

uno de ellos.<br />

— ¡Ah, sí, hola Bobby!, ¿qué tal?<br />

Le explico que hemos tenido un problemilla, que nos han encontrado esto y<br />

lo otro encima, y las jeringuillas y... no sabemos qué hacer. Y él dice: «¿Dónde<br />

estáis? ¿Qué ha pasado exactamente? ¿En qué vuelo ibais?». Se lo digo y me<br />

responde «bueno, veremos qué puedo hacer», y cuelga. No sé qué estará pasando<br />

con <strong>Keith</strong>, pero yo estoy cagado de miedo, convencido de que vamos a acabar en<br />

Leavenworth. Estoy esperando a que vengan los tíos con las cadenas en cualquier<br />

momento para trasladamos. Así que allí me tienes, sentado en un cuarto separado<br />

por un vidrio de espejo de los payasos que nos han detenido. Y de repente suena<br />

el teléfono de la mesa del tío que nos ha estado sermoneando con toda esa mierda,<br />

y sólo por el cambio en su postura puedes ver que pasa algo. El tipo me mira,<br />

vuelve a mirar el teléfono, cuelga y acto seguido sacude la cabeza lentamente<br />

mientras rompe en pedacitos la hoja con los cargos. Luego me devuelven todos<br />

mis trastos, nos meten en un avión con un «¡que no se vuelva a repetir!» y<br />

volamos felices hacia la puesta de sol.<br />

Pero la cosa no acaba ahí. Nos subimos al avión y yo empiezo: «Joder, tio.<br />

Después de lo que hemos pasado, lo mejor será contactar con al-guien en San<br />

Francisco para que nos esté esperando con algo de mate-rial. ¿Conoces a alguien<br />

en Frisco? ¿A quién llamamos?». Y entonces, 30 sé por qué, saco la cartera y<br />

enseguida noto bajo la piel dos bultitos raros. Inconfundibles: llevo dentro dos<br />

cápsulas de tamaño doble cero llenas de caballo, o sea, una dosis cojonuda de<br />

heroína pura. Nos las habían dado las chicas de Adelaida, nuestras sheilas. Los<br />

aduaneros me ha-bían revisado de arriba abajo al milímetro, ¡me habían mirado<br />

hasta en el culo! Si llegan a encontrarme eso encima me habrían prohibido volver<br />

a entrar en el país para siempre. ¿Cómo se les había pasado por alto?<br />

Suele ocurrir con los tipos de aduanas: si tú estás convencido de que no<br />

llevas nada, no te encuentran nada. Y yo estaba totalmente convencido de<br />

que viajaba limpio. Así que me fui al baño inmediatamente y de pronto todo se

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