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Richards Keith-Vida-Memorias

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sótano de Kilburn, y cuando llevábamos un par de meses yendo por allí<br />

empezaron a decir: «Nos gustaría salir de este agujero, vivir en el campo». Y yo:<br />

«¡Pues tengo una casita en el campo!». Así que Anita y yo los instalamos en la<br />

casa de los guardas en Redlands, que era donde vivíamos por aquel entonces. Una<br />

vez a la semana lo convocábamos («¡Steve!»): salíamos camino de Chichester,<br />

nos metíamos en la primera farmacia un momento y vuelta a casa; yo me quedaba<br />

la mitad del jaco que le daban. Steve y Penny eran unos personajes muy<br />

dulces, tímidos y sencillos. No eran unos tirados. El tenía un punto de asceta con<br />

su barbita bien cuidada, un verdadero filósofo que andaba siempre leyendo a<br />

Dostoievski y Nietzsche; alto, grande, delgado, pelirrojo, con bigote y gafas.<br />

Parecía un puto catedrático de universidad, aunque no olía a cátedra. Debimos de<br />

pasar así un año. Una pareja encantadora («¿te apetece una taza de té?»), nada que<br />

ver con la imagen que solemos tener de los yonquis. Todo muy civilizado. A<br />

veces llegaba a la casita y, como ellos se la chutaban, le preguntaba a Penny:<br />

—¿Steve sigue vivo?<br />

— Creo que sí, cariño, pero tómate una taza de té primero y luego vamos a<br />

despertarlo.<br />

Todo muy amable y cordial. Por cada yonqui que se ajusta al estereotipo te<br />

puedo nombrar diez que llevan vidas perfectamente ordenadas, gente que trabaja<br />

en bancos y cosas así.<br />

Ésos fueron los años dorados. Al menos durante el 73 y el 74 todo era<br />

perfectamente legal. Después lo jodieron y ya no hubo más que me-tadona, que es<br />

peor, o no es mejor en cualquier caso. Una caca sintética. Un día los yonquis<br />

amanecieron y descubrieron que sólo les daban la mitad de lo indicado en la<br />

receta, una parte en heroína pura y la otra en metadona. Y entonces se desató el<br />

mercado; fueron los tiempos de la tienda abierta veinticuatro horas en Piccadilly.<br />

Yo aparcaba a la vuelta de la esquina. Siempre había una cola de gente esperando<br />

a que aparecieran sus yonquis mascota para repartirse la mierda. En realidad el<br />

sistema ya no podía soportar más la voraz demanda. ¡Estábamos creando<br />

una nación de yonquis!<br />

No tengo un recuerdo exacto de la primera vez que me metí heroína.<br />

Seguramente estaba mezclada con una raya de coca en un speedball, y si no<br />

andabas con gente acostumbrada a la mezcla, ni lo sabías: «Lo de ayer por la<br />

noche fue muy interesante, ¿qué era?». Así es como te vas enganchando poco a

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