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Richards Keith-Vida-Memorias

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hacer con esas estrellas mundialmente conocidas que han acabado bajo su<br />

custodia. Ahora tienen que pedir refuerzos a otras comisarías del estado.<br />

Tampoco parecen tener nada claro de qué acusarnos, y además saben que estamos<br />

intentando localizar a Bill Carter y eso los ha debido de intimidar, porque en<br />

aquella zona del país Bill jugaba en casa: se había criado en un pueblo llamado<br />

Rector, que estaba muy cerca, y conocía a todos los jefes de policía, a todos los<br />

sheriffs, a todos los fiscales y a todos los políticos. Así que aquellos polis debían<br />

de estar empezando a arrepentirse de haber informado a las agencias de noticias<br />

sobre las piezas que habían cobrado. Varios medios de cobertura nacional se<br />

estaban congregando frente al juzgado; una televisión de Dallas alquiló un avión a<br />

la Learjet para conseguir sitio en primera línea. Era sábado por la tarde y la<br />

policía llamaba insistentemente a Little Rock para pedir instrucciones a las<br />

autoridades estatales. Así que, en vez de encerrarnos y dejar que esa imagen diera<br />

la vuelta al mundo, nos mantuvieron bajo «arresto preventivo» en el despacho del<br />

comisario, lo que significaba que teníamos cierta libertad de movimiento. ¿Dónde<br />

estaba Carter? No había nada abierto porque era festivo y entonces no<br />

contábamos con teléfonos móviles, así que tardaríamos un poco en localizarlo.<br />

Mientras tanto intentábamos deshacernos de toda la mierda que llevábamos<br />

encima porque íbamos hasta arriba de provisiones: en los setenta volaba al<br />

séptimo cielo con cocaína pura de los laboratorios Merck, esos vaporosos tiros<br />

farmacéuticos. Freddie Sessler y yo fuimos al tigre y no nos acompañó nadie:<br />

«¡Santo Dios! —así empezaban todas las frases de Freddie — , voy hasta las<br />

cejas». Llevaba varios frascos llenos de Tuinal, y tirar las pastillas por el retrete<br />

lo puso tan nervioso que se le cayó uno: hasta la última puta pildorita de<br />

color turquesa y rojo salió rodando mientras tiraba de la cadena para deshacerse<br />

de la coca. Yo me quité de encima el hachís y la hierba, pero no había manera de<br />

que se fueran cañería abajo porque con tanta hierba se había atascado el retrete,<br />

así que ahí me tienes, tirando de la cadena como un loco cuando de repente veo<br />

las pastillas rodando por debajo de mi cubículo. Me puse a recogerlas y las tiré<br />

también por el retrete, pero no llegaba a todas porque había un cubículo entre el<br />

de Freddie y el mío... Vamos, que teníamos como mínimo cincuenta píldoras en el<br />

cubículo de en medio:<br />

— ¡Santo Dios, <strong>Keith</strong>!<br />

— Cálmate, Freddie, yo ya las he recogido todas por aquí, ¿has pillado<br />

todas las de tu lado?

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