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Richards Keith-Vida-Memorias

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figura de la época, picaresca y apenas creíble, el «príncipe» Stanis-las<br />

Klossowski de Rola, conocido como Stash e hijo del pintor Balthus. A Stash lo<br />

conocía Anita de París y Brian Jones lo había enviado para tratar de recuperarla,<br />

pero, en vez de eso, resultó que al tío lo engatusó el cazador furtivo (o sea, yo).<br />

Stash contaba con todas las credenciales de los charlatanes de la época (el<br />

discurso místico, las grandes frases rim- bombantes sobre alquimia y artes<br />

secretas), todo básicamente al servicio de acabar echando un polvo. ¡Qué<br />

inocentes eran las tías! Aquel tipo era un libertino y un playboy, se consideraba un<br />

Casanova; desde luego era una criatura increíble en medio de todas las<br />

convulsiones que plagaban el siglo xx. Había hecho papeles cortos en películas<br />

de Louis Malle y Eric Rohmer, y había tocado con Vince Taylor, un músico<br />

americano de rock and roll que fue a Inglaterra a probar suerte pero no acabó<br />

de encontrar su hueco, aunque en Francia tuvo mucho éxito. Stash tenía un grupo<br />

donde tocaba Ja pandereta con una mano enguantada en negro. Le encantaba tocar<br />

y bailar con aquel extraño estilo aristocrático tan suyo (yo siempre pensaba que<br />

Stash iba a lanzarse a bailar el minué en cualquier momento). Lo que él quería era<br />

ser uno más de los tíos, pero salía con todo aquel rollo de «soy príncipe y tal y<br />

cual...». Puro humo.<br />

Vivíamos juntos en un palacio maravilloso, la Villa Medid, que tenía unos<br />

jardines espectacularmente cuidados, uno de los edificios más elegantes del<br />

mundo. Stash se las había ingeniado para que pudiéramos quedarnos allí gracias a<br />

su padre, Balthus, que tenía un apartamento en el palacio por algún tipo de cargo<br />

diplomático relacionado con la Academia Francesa, que era la propietaria del<br />

edificio. Balthus no estaba, así que lo teníamos todo para nosotros. Nos bastaba<br />

bajar la escalinata de la Plaza de España para ir a comer algo por ahí y nos<br />

quedaban al lado todas las discotecas, pero también pasábamos mucho rato en la<br />

misma Villa Medid o íbamos a los jardines de Villa Borghese. Aquello era mi<br />

versión del grand tour. Además se podía notar en el ambiente una especie de<br />

corriente subterránea de revolución, con muchos matices políticos, todo una<br />

puta chapuza excepto las Brigadas Rojas después. Antes de que empezaran<br />

los disturbios parisinos del año siguiente, los estudiantes ya habían comenzado<br />

una revuelta a la que asistí en la Universidad de Roma. Montaron barricadas y me<br />

colaron dentro: un montón de revolucionarios de pacotilla.<br />

La verdad es que yo no tenía nada que hacer. A veces me acercaba al<br />

estudio a ver cómo trabajaban Fonda y Vadim. Anita era la que trabajaba, yo no;<br />

era una especie de rufián a la romana: mandaba a la mujer a trabajar y me<br />

quedaba en casa pasando el rato. Se me hacía raro. La verdad es que lo estaba

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