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Richards Keith-Vida-Memorias

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como una inmensa granada aturdidora. De hecho, algunos contaban haber sido<br />

testigos de aquella vez en que a un poli insensato no se le ocurrió otra cosa<br />

que meterse en una casa de Steer Town y Locksley lo miró (estaban en<br />

una habitación pequeña) y dijo «fuego abrasador», refiriéndose a que se iba a<br />

poner a tocar el tambor para avisar a los demás de que se taparan los oídos, y<br />

entonces le dio con todas sus fuerzas y el poli cayó al suelo inconsciente. Le<br />

quitaron el uniforme y lo echaron ordenándole que no volviera por allí jamás.<br />

Steer Town era un reducto rasta por aquel entonces. Ahora es mucho más<br />

grande, pero en aquella época, para poder entrar, tenías que ir con algo así como<br />

un salvoconducto. Estaba al borde de la carretera principal a Kingston, con el<br />

típico cruce, las chabolas y un par de tabernas, y no se te ocurría meterte a<br />

husmear así como así porque, incluso si decías «oh, conozco a éste y también<br />

conozco a este otro», otro tíos podían no conocerte y decidir que merecías un<br />

siete en alguna parte del cuerpo. Aquél era su bastión, y eran de los que sacaban<br />

el machete a la mínima. Y además tenían mucho que temer, tanto que ellos mismos<br />

se habían vuelto temibles para que la poli no osara poner un pie allí. No había<br />

pasado mucho tiempo desde los días en que, si veían a dos rastas andando por la<br />

calle, la policía le disparaba a uno y al otro lo dejaban con vida para que se<br />

llevara arrastrando el cuerpo. Esos tíos estaban en primera línea de fuego y<br />

siempre los he admirado por eso.<br />

El movimiento rastafari era una religión, pero una de fumadores de hierba.<br />

Su principio era «ignorar el mundo», vivir al margen de la sociedad.<br />

Evidentemente, eso era imposible: el rastafarianismo es una empresa utópica y sin<br />

esperanza. Pero, al mismo tiempo, qué utopía tan hermosa. Mientras los barrotes,<br />

los grilletes y la mano de hierro se cerraban cada vez con más fuerza en torno al<br />

resto de las sociedades en todas partes, los rastafaris se liberaban de todo<br />

aquello. Esos tíos encontraron la manera de ser espirituales y al mismo tiempo no<br />

dejarse arrastrar. Se negaban a dejarse intimidar, incluso si eso significaba perder<br />

la vida, que fue lo que les pasó a algunos. También se negaban a trabajar dentro<br />

del sistema económico imperante. No tenían la menor intención de trabajar para<br />

Babilonia, no iban a trabajar para el Gobierno. Para ellos equivalía a caer en la<br />

esclavitud. Lo único que pretendían era tener su propio espacio. Si intentas<br />

profundizar en su teología, lo más probable es que te pierdas un poco: «Somos la<br />

tribu perdida de Judá». Vale, lo que vosotros digáis, pero por qué un puñado de<br />

negros jamaicanos se consideraban judíos no deja de ser un tanto sorprendente.<br />

Había una tribu perdida por ahí y alguien tenía que asumir el papel. Tengo la<br />

sensación de que era algo así. Y luego encontraron una deidad también perdida en

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