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Richards Keith-Vida-Memorias

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módico precio de hacerle los deberes de historia y geografía, de repente pasé a<br />

contar con los servicios de un guardaespaldas. Siempre me acordaré de la<br />

primera vez: había un par de muchachos esperándome como siempre, y pese a que<br />

lo vieron llegar les dimos una somanta de palos. No hizo falta más que repetir la<br />

operación dos o tres veces, un poquito de derramamiento de sangre, y cosechamos<br />

el triunfo más absoluto.<br />

Pero hasta que empecé a ir a otro colegio, el Dartford Tech, las cosas no<br />

acabaron de ponerse en su sitio. Para cuando me llegó el momento de hacer la<br />

reválida para pasar a secundaria, Mick ya se había marchado al instituto, el<br />

Dartford Grammar School («¡ay, mira, los de los uniformes rojos!»), pero cuando<br />

me tocó a mí al año siguiente, resulta que fracasé estrepitosamente, aunque no tan<br />

miserablemente como para acabar en lo que entonces se llamaba «secundaria<br />

moderna». Ahora el sistema ha cambiado completamente pero, con el sistema<br />

antiguo, si acababas en la secundaria moderna te podías dar con un canto en los<br />

dientes si luego conseguías trabajo de operario en una fábrica. Lo único que te<br />

enseñaban eran cosas que tenían que ver con el trabajo manual, los<br />

profesores eran nefastos y su única función, en realidad, era mantener a raya a<br />

la chusma que tenían en clase. Yo fui a dar a una especie de zona fronteriza que se<br />

llamaba la escuela técnica, un término que, ahora que lo pienso, es de lo más<br />

difuso pero que en realidad significa que no conseguiste entrar en el instituto pero<br />

aun así parece que se te puede sacar un mínimo partido. De eso te das cuenta<br />

después, al final descubres que estás siendo evaluado y trasladado de acá para<br />

allá de acuerdo con un sistema completamente arbitrario que rara vez (si llega a<br />

ocurrir) tiene en cuenta tu personalidad en todas sus dimensiones ni se plantea<br />

cuestiones del tipo: «En clase no va demasiado bien, pero, ¡oye!, se le da de<br />

maravilla el dibujo». Jamás tomaban en consideración que tal vez te aburrías y<br />

no prestabas atención porque lo que te estaban contando ya lo sabías.<br />

El patio de recreo es el juez supremo, allí es donde se decide todo entre tú y<br />

tus compañeros. Lo llaman «de recreo» pero en realidad se parece más a un<br />

campo de batalla y puede llegar a ser brutal; la presión es insoportable: dos tíos<br />

moliendo a palos a un pobre canijo («es que son un poco brutos y por algún lado<br />

les tiene que salir»). Era todo bastante físico por aquel entonces, aunque por lo<br />

general la cosa se quedaba más bien en las provocaciones de viva voz,<br />

«mariquita» y cosas por el estilo.<br />

Tardé mucho tiempo en averiguar cómo podía dar una hostia en vez de<br />

recibirla: llevaba ya tiempo hecho un experto en sufrir palizas cuando, gracias a

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