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Richards Keith-Vida-Memorias

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griegos, los turcos, los egipcios, los tunecinos, los libios, los marroquíes, los<br />

argelinos y los judíos. Es una conexión ancestral que las fronteras y los estados<br />

no pueden romper.<br />

Dábamos vueltas por allí, nos íbamos a Antibes, muchas veces a Saint-<br />

Tropez a ver qué chicas había. Aquella motora iba de miedo, te- nía un motor<br />

potente, y el Mediterráneo (cuando está en calma) es una delicia para navegar. El<br />

verano de 1971 fue uno de esos en que luce el sol todos los días y apenas hacía<br />

falta saber algo de navegación, con seguir la costa bastaba. Nunca usé una carta<br />

náutica. Anita se negó a subirse en la lancha porque decía que yo no tenía ni puta<br />

idea de dónde podía haber rocas sumergidas, así que se quedaba en tierra oteando<br />

el horizonte por si lanzábamos bengalas tras habernos quedado sin gasolina. Yo,<br />

la verdad, pensaba: «Si han sido capaces de meter un portaaviones en la<br />

puta bahía, yo debo de ser capaz de manejar este trasto». Sólo había que tener un<br />

poco más de cuidado con el aterrizaje (o sea, la maniobra de atraque) porque<br />

para un barco el verdadero peligro es siempre la tierra firme; la llegada a puerto<br />

era el único momento en que recordaba las habilidades de los navegantes. El<br />

resto era una risa.<br />

El puerto de Villefranche era muy profundo y por eso solía parar por allí la<br />

marina de Estados Unidos. Un día ancló un portaaviones gigantesco en medio de<br />

la bahía. La armada haciendo la consabida visita de cortesía, se ve; ese verano<br />

andaban de gira por todo el Mediterráneo, bandera para arriba, bandera para<br />

abajo. Cuando estábamos saliendo del puerto nos llegó una ráfaga de marihuana y<br />

vimos que por los ojos de buey salía una humareda considerable: se estaban<br />

poniendo hasta las cejas. Bobby Keys venía conmigo. Nos fuimos a desayunar y<br />

cuando volvimos di un par de vueltas en torno al portaaviones: todos aquellos<br />

soldados, felices de no estar en Vietnam, se asomaban por la borda. Y yo allí con<br />

mi diminuta Mandrax. Olisqueamos un poco el aire y les dijimos: «Tíos, ¿cómo<br />

va eso? Oye... para mí que huele a...». Se enrollaron y nos tiraron una bolsa de<br />

hierba; nosotros para agradecérselo les dijimos cuál era el mejor burdel de la<br />

ciudad: el Cocoa Bar, aunque el Brass Ring tampoco estaba mal.<br />

Cuando estaba la flota en el puerto, las calles siempre oscuras de<br />

Villefranche se iluminaban de pronto como si aquello fuera Las Vegas. Todo se<br />

llamaba Café Dakota, Nevada Bar o Texan Hang (lo que sonara americano). Las<br />

calles de Villefranche cobraban vida bajo los neones y los farolillos de colores.<br />

Las putas de Niza venían para la ocasión, y también las de Montecarlo o Cannes.<br />

Un portaaviones lleva una tripulación de unos dos mil hombres, todos salidos y

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