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Richards Keith-Vida-Memorias

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que estaba junto a la estación de Westbury. Se tiraba horas y horas entre aquellos<br />

tíos con gorras y cazadoras de cuero, y también iba Roy, que entretenía a todo<br />

el mundo con sus canciones y sus gritos.<br />

Bert, por otro lado, llevaba una vida de estricta rutina. Por la mañana<br />

nadaba un rato en la piscina y luego se hacía el desayuno. Con el asunto de las<br />

comidas, que ahora preparaba Roy, seguía un horario muy rígido: siempre se<br />

tomaba una copa de Harveys Bristol Cream a las siete en punto porque a las<br />

siete y media, ponían en la tele La ruleta de la suerte. Le encantaba<br />

la presentadora, Vanna White; vitoreaba o silbaba a la pantalla, y gritaba a la<br />

gente que era grosera con ella. A las ocho cenaba y después veía la televisión<br />

otro rato hasta medianoche más o menos mientras se tomaba unas cervezas Bass y<br />

varios tragos de ron negro Navy.<br />

Lo bueno de aquellas casas es que eran lo suficientemente grandes para que<br />

pudieras desaparecer y no ver a nadie. Podías quedarte un ala para ti solo, y a<br />

veces me tiraba semanas sin saber qué hacían los demás. Luego alguien<br />

comentaba: «¿Recuerdas la semana que estuvo por aquí Jean-Michael Basquiat de<br />

visita?». «¡No! Quizá estaba en el ala este esos días.» Nos cambiábamos<br />

de dormitorio cada pocos meses para darle un poco de interés a la cosa. A veces<br />

me pasaba dos semanas sin ver a Roy, y ni siquiera sabía dónde quedaba su<br />

habitación.<br />

El casero jamás arregló nada, así que todo se iba deteriorando poco a poco.<br />

Cuando mi dormitorio empezaba a caerse en pedazos y allí ya no se podía estar,<br />

me iba a otro (por suerte había unos quince). Al final me mudé a la buhardilla.<br />

¡Era el último lugar que quedaba! Se trataba de un espacio inmenso, parecía una<br />

catedral por dentro, y tenía mi televisión y mi escritorio allá arriba, así<br />

que cerraba la puerta con llave y no dejaba entrar a nadie. Llegó un momento en<br />

que dijimos: «Aquí ya no podemos seguir, se nos está cayendo la casa encima. O<br />

quizá la estamos destrozando nosotros». Y entonces nos marchamos a la última<br />

mansión de la serie; estaba en Mill Neck, al borde de Oyster Bay.<br />

Hacia 1983, Anita volvió a Inglaterra porque tuvo problemas con el visado,<br />

pero al final se quedó allí y sólo nos visitaba de cuando en cuando, así que no<br />

vivió en esta última casona de doce o trece dormitorios donde nos helábamos<br />

durante el invierno. Había una chimenea en la sala de estar y calefacción en los<br />

cuartos de Roy y de Bert. De vez en cuando nos encontrábamos por la cocina.<br />

Para andar por el vestíbulo te tenías que poner el abrigo. La casa contaba con

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