La Esfinge y el Espejo I.pdf - Editores Alambique
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domésticas, y todos los artesanos. Los traje a bordo,<br />
pues <strong>el</strong> tiempo que Shamash había ordenado se había<br />
cumplido cuando dijo: “Al anochecer, cuando quien<br />
monta la tormenta envíe la lluvia destructora, entra en<br />
la barca y asegura las escotillas.” El tiempo se cumplió,<br />
llegó <strong>el</strong> anochecer, quien monta la tormenta mandó la<br />
lluvia. Miré hacia fuera para ver <strong>el</strong> clima y era terrible,<br />
así que también yo abordé la barca y aseguré las<br />
escotillas. Todo estaba completo ahora, <strong>el</strong> calafateo y <strong>el</strong><br />
aseguramiento de las escotillas, así que entregué la caña<br />
d<strong>el</strong> timón a Puzur-Amurri <strong>el</strong> timon<strong>el</strong>, y también la<br />
navegación y <strong>el</strong> cuido de todo <strong>el</strong> navío.<br />
Con la primera luz de la alborada una nube negra<br />
vino desde <strong>el</strong> horizonte; los truenos rugían en su<br />
interior, en <strong>el</strong> lugar donde cabalgaba Adad, señor de la<br />
tormenta. Al frente, sobre planicies y colinas, Shullat y<br />
Hanish, heraldos de la tempestad, avanzaban.<br />
Entonces se levantaron los dioses d<strong>el</strong> abismo; Nergal<br />
liberó los embalses de las aguas abismales, Ninurta <strong>el</strong><br />
señor de la guerra aplastó los diques, y los siete jueces<br />
infernales, los Anunnaki, levantaron sus antorchas<br />
alumbrando la tierra con lívidas llamas. Un estupor de<br />
desesperanza subió hasta <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o cuando <strong>el</strong> dios de la<br />
tormenta transformó la luz d<strong>el</strong> día en oscuridad,<br />
cuando aplastó la tierra como a una copa. Por todo un<br />
día bramó la tempestad, aumentando su furia conforme<br />
avanzaba y anegando a la gente como las mareas de la<br />
batalla; ningún hombre podía ver a su hermano ni<br />
podía verse la gente desde <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o. Incluso los dioses se<br />
sintieron aterrados por <strong>el</strong> diluvio y huyeron hacia <strong>el</strong><br />
más alto de los ci<strong>el</strong>os, <strong>el</strong> firmamento de Anu; se<br />
encogían contra las paredes, temblando de miedo como<br />
gozques acobardados. Entonces Ishtar de dulce voz, la<br />
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