Jotter [PDF 494 K]

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de Sophie. Ness había enloquecido, su cuerpo cayó hacia atrás. —No tengo miedo, señor papá —susurró. —¿Por qué no? Ness saltó, tenía barro hasta los tobillos. Llegaba el ruido de perros ladrando y entraba un rayo de luz a través de la lluvia. Todo estaba húmedo y neblinoso. Ness se retorció hasta que algo le azotó la pierna. Abrió los ojos y aspiró. Sophie le cogió la mano. —¡Arriba! Las metió en la bañera y cenaron. Oulipo miró profundamente a los ojos de Sophie. Estaba guapa, muy limpia y planchada. Estallidos de luz dentro de sus ojos, que temblaban como si algo los moviera. —¡Vamos a bailar! —No puede ser, Sara... —¡Me gusta! ¡Me encanta! —¡Aquí no hay dónde ir a bailar! —Por favor, en cualquier sitio. Oulipo la empujó hacia el espejo y saltaron como si la habitación fuese fantástica y musical. ¿Qué más? Después Oulipo pudo ver la cara de sus hijas descansando en la almohada. Su aliento deslizándose. 100
Un día que Oulipo estaba borracho en el sofá señaló una caja que había en la mesa. Sophie levantó la cabeza. Estaba cerrada con llave. Oulipo tuvo que taparse la boca para contener la risa. Sophie lo miró con los ojos entornados. Pastillas, hierba, coca. Era una caja metálica de un color específico. Rojo. El frío aire nocturno contra sus pechos desnudos. Corrieron escalera arriba. Él la cogió de la mano y tiró de ella. Era una carrera para ver quién se bajaba antes la cremallera. La rodilla desnuda de ella rozaba la de él. Aprendieron un montón de cosas con la yema de los dedos. Era la una de la madrugada. Polvos. Amoralidad sexual. Entrega total y absoluta. —Esta mañana iba andando y vi a un enano comiéndose un bistec en Laverne. Me pareció agradable. Conozco a un tipo que trabaja allí, tiene bigote. —¿Paul? ¿Con tatuajes? —No. Una especie de Spock que sale de copas con Andy. Sophie tembló. —Un chico regordete con ojos de cachorrillo. Yo me quedé mirándolo. Al enano. Estaba sentado en la entrada. Llevaba traje. Tenía el pelo largo y oscuro. Quería contártelo. —¿Ah, sí? Oh. Ella tenía la piel húmeda. Eso era bueno, suponía él. Hacía tres meses que no iban a la ciudad. —El enano tenía un montón de teorías, lo veías al mirarlo a los ojos, aunque parecía un robot de carne y hueso. Se quedó mirándome con sus ojos inmóviles y me señaló con un dedo torcido. “Es usted interesante”, me dijo. Sophie se quedó mirando al techo. —La verdad es que al principio pensé que parecía un loco, no paraba de gritar. Me dio escalofríos. Sin embargo, cuando me miró, me dejó paralizado. Sentí sus ojos enrollados en mi cabeza. Sophie se mordió los labios y se volvió hacia él. Podía tocarlo todo el tiempo que quisiera. Era muy entrada la noche. Se subió a él de un salto. Él miraba por la ventana, tranquilo. Le chupó el dedo. No, se lo mordió. Se miraron parpadeando. —¡Ay! —chilló ella vuelta hacia atrás como un anfibio resquebrajado. Sophie era... rara. Le escupió. Oulipo se limpió y le dio una patada. Ella volvió a escupirle. Él se secó la cara y se metió en ella. Ella separó las piernas con dificultad. 101
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¿Nos vamos a otro sitio? —¿Qué
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hablaba de su padre se imaginaba a
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pelo negro y liso. Se distrajo un r
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conservan algo infantil. Era adulto
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vio —el pantalón aplastado, la c
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escribía sobre él. Oulipo no sab
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encontró dos copas de champán.
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era capaz de confiar en él, ni de
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Oulipo se despertó solo, abrió la
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—Mucho. Se fueron al baño y cont
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Augusto seguía por allí, de pie j
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¿Qué brujería ejercía sobre él
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Ahora lo veía todo claro, era desp
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Sobre Oulipo pesaba siempre el estr
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—¿Qué significa eso? A Oulipo l
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lancos y bigote recortado pagando e
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Ness empujó una caja hacia un rinc
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gimnasia y le preguntó si Sophie l
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Augusto estaba en México, en la ti
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Oulipo se acercó a él un tanto co
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proceso de metamorfosis. Sara estab
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Silencio. Vértigo. Oulipo no se ca
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Sophie se instaló en Francia, pero
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