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Jotter [PDF 494 K]

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ememorar el maravilloso y horrible mundo con Sophie.<br />

Oulipo se cambió de ropa y se sentó en el almacén subterráneo que usaba<br />

como estudio. El polvo seco de los libros amontonados se le subía a la cabeza como<br />

una especie de licor embriagador. Mientras preparaba los archivadores y afilaba los<br />

lápices, tenía el rostro enrojecido. Le brillaba la cara, cubierta de sudor. Tras sus<br />

gafas, sus ojos chispeaban de excitación.<br />

Aún veía su imagen en compañía de Sophie. A veces olvidaba que era una<br />

intrusa. A un espectador desprevenido podría parecerle que estaban enamorados y<br />

pendientes el uno del otro.<br />

Entró Sophie. Venía riéndose, estiró el cuello al verlo y, acercándose a él,<br />

inclinó ligeramente el cuerpo de cintura para arriba, como dándose aires de<br />

triunfadora, y lo besó cariñosamente, pero no demasiado, con el amor de una madre,<br />

como si no quisiera parecer demasiado molesta.<br />

Oulipo se había imaginado que tan pronto como entrase lo miraría con<br />

resignación y odio. Se había preparado para eso durante toda la mañana, no esperaba<br />

su silencio. ¿Ahora ella estaba por encima de todo? Pensó que no le importaría que<br />

Sophie se enfadase, le gritase y llorase por enésima vez. El silencio y esa mirada<br />

acusadora eran mucho peores.<br />

peores.<br />

Sin ironía aparente, Sophie le dijo:<br />

—No deberías sentir lástima por mí ahora mismo, me has hecho cosas mucho<br />

Al lado de Oulipo se agitaba sin tregua un demonio, flotaba a su alrededor<br />

como un aire impalpable; se lo tragaba y notaba como abrasaba sus pulmones,<br />

llenándolos de un deseo culpable e infinito.<br />

Aquel sótano frío y alto de techo le dio miedo, sin que lograse explicarse el<br />

porqué, pues era suyo, la habitación en la que trabajaba desde hacía cinco años...<br />

Sophie se puso a pasear mientras Oulipo estaba de rodillas en el suelo. Ella<br />

estaba aniquilada, bajó la cabeza, inundada en lágrimas.<br />

—Ven conmigo —ordenó Oulipo, ahora sentado en el suelo.<br />

Ella se sentó a su lado, lo miró con aire sombrío. Después, de repente, se le<br />

iluminaron los ojos; cogió a Oulipo, lo atrajo hacia su pecho y lo abrazó, con lágrimas<br />

en la mirada.<br />

Oulipo era infantil en diversos aspectos. Se dice que todos los grandes hombres<br />

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