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silencio repentino. Como si fuese lo más normal del mundo, Harry se fue. Estaba<br />
casado con una viuda que llamaba mucho la atención. Era japonesa, actriz.<br />
—No hay nada más pintoresco que la pornografía obsoleta —dijo Sophie.<br />
Oulipo barría una y otra vez la terraza.<br />
—¿Sabías que a los leones les salen canas?<br />
Llevaba un cinturón de cuero con una gigantesca calavera de plata. Zapatillas<br />
deportivas. Una camiseta con Mickey Mouse vestido de látex. Sophie chasqueó la<br />
lengua.<br />
—Besos blancos, besos rojos, besos encima de un piano —estalló Sara<br />
lamiéndose la mano.<br />
la puerta.<br />
Ness se puso de pie con un suspiro y empujó a su madre enérgicamente hacia<br />
—Aburrido —dijo Ness en un tono ofensivo —. Vamos a entrar en casa, me<br />
arde el corazón.<br />
Sophie vio una luz en sus ojos verdes.<br />
—Eres una niña estupenda.<br />
Una mañana, mientras paseaban por París, conocieron a un constructor de<br />
Rimini. Le compraron una casa perfecta. Un tesoro. En Alaska. Algo nuevo. En el<br />
campo, un campo que no habían visitado antes. Allí estaban, sintiendo la delicada<br />
calidez del lugar.<br />
Oulipo salió del aparcamiento. Primero giró. Ness le gritaba:<br />
—¡Venga, papá!<br />
Sophie miró hacia atrás:<br />
—¡Ness!<br />
—Vosotras dos, calma —dijo Oulipo—. Es fin de semana.<br />
—¿Quién puede diferenciarlo ya?<br />
Se fueron al mar. Tuvieron que arrastrar a Sara fuera del coche, no le gustaba<br />
el clima de Alaska. A Ness no le importaba, todo le parecía hermoso.<br />
—¡Una serpiente!<br />
Sara se quedó en silencio.<br />
—¡Serpiente! ¡Para merendar!<br />
Sophie tenía una cabeza de serpiente clavada en la solapa de la chaqueta. Color<br />
manzana. Se la sacó y se la puso a Sara. Ness estaba rodando por la hierba. El reloj<br />
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