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—La verdad es que yo le hubiera rajado la garganta. Muerto... Se murió a las<br />
diez y media. Era malvado y retorcido.<br />
El mensajero se dio la vuelta y caminó despreocupadamente hacia el coche.<br />
—Supongo que se veía venir.<br />
—Al parecer era todo un personaje.<br />
—No a todo el mundo le gustan los curas —añadió la viuda de Zaman entrando<br />
en la habitación—. Me odiaba.<br />
—Vaya...<br />
Al cabo de media hora estaban de camino al hotel. Pensaban quedarse unos<br />
días más, pero se apresuraron a irse. Eran casi las tres.<br />
—Mi madre le tenía miedo aunque era generoso con sus regalos. Casi me<br />
siento aliviada.<br />
El avión se elevó como un cohete y desfilaron los edificios.<br />
—Café. ¿Quieres algo?<br />
—Esta noche tengo que volver a Nueva York. Una chocolatina. La exposición<br />
abre el lunes. Las fotografías han desaparecido y necesitaría un poco más de tiempo.<br />
—Trae algo para el cobertizo.<br />
—No puedo distraerme.<br />
La azafata sonrió con una expresión pícara.<br />
—Supongo... Vale, puedo buscar una mesa.<br />
—No, no hace falta que vayas de aquí para allá. No importa.<br />
Se escuchó un grito, una niña le gritaba a su caballo de peluche:<br />
—¡Me gustaría estrangularte! ¡Lo siento! ¡No lo digo de verdad!<br />
Se rió. Oulipo se imaginó a la azafata desnuda. La fotografió. Sophie leía un<br />
libro que le había enviado un tal Fred Escobar. Algo mitológico.<br />
—Quizás tendríamos que pasar una temporada en casa.<br />
—Sí. No sé, cuando vuelva. Me han ofrecido hacer algo en el río.<br />
—¿En el monasterio?<br />
—Han conseguido solucionar el asunto y van a abrirlo. Me dan una sala.<br />
—He visto fotos.<br />
La niña comenzó a gritar de nuevo, después de limpiarse la boca con la manga.<br />
—Todavía no me he planteado nada.<br />
La niña consiguió soltarse de su madre y salió corriendo.<br />
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