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órdenes. Después de meditar un momento, advirtió que su hija era como él. Le<br />
mandó leer un libro, y ella cumplió sin rechistar tan noble tarea. Cuando acabó, dijo:<br />
—Hay que tener cuidado con los libros, sólo cuentan la mitad de la historia.<br />
Cierto día, Sara estaba en la cuna y le tiró del pelo. Sólo una ligera<br />
incomodidad. Era todo un poco confuso. Nada. Simplemente, abrió el grifo y salió<br />
una nube del cielo. Escuchó un rumor de ahogados sollozos. Era Augusto:<br />
mañana.<br />
—¡Es espantoso! El sermón matinal de la iglesia.<br />
—¿Si?<br />
—Estoy tan cansado, Oulipo... Tan cansado. Me iré al hotel a las 10 de la<br />
Oulipo guardó silencio. Augusto susurró acongojado:<br />
—Soy el único capaz de darle 20 libras al diablo —y se puso a cantar—. ¡Amén!<br />
Su voz resonó de manera estridente. Después se puso en pie y se abrió camino<br />
hacia el pasillo. Finalmente, hubo un relativo silencio y le pidió dinero a Oulipo con<br />
una expresión divertida.<br />
—¿Cómo?<br />
Sophie sacó un sobre del bolsillo con unos billetes. Augusto lo contempló con<br />
interés y recibió once billetes. Ese mismo sábado por la noche Augusto se sintió<br />
desalentado, le remordía la conciencia. El dinero era suyo y estaba contento. Le duró<br />
3 semanas.<br />
—Augusto es un holgazán de poca monta.<br />
Una observación de oro. Sophie no debería darle dinero. Ni una libra.<br />
Oulipo se quedó sentado. Sophie tenía buena voluntad, ¿por qué le había dado<br />
tanto dinero? Lo tenía que haber ingresado en el banco. Augusto era un ladrón, tenía<br />
que buscar un empleo responsable.<br />
Sophie lo tocaba con caricias. Volaba en círculos alrededor de él, y Oulipo<br />
sentía un inmenso alivio. Estaba de buen humor y resplandecía como una bala de<br />
mercurio. El paisaje se dividía en dos, Oulipo analizaba demasiado las cosas.<br />
Ness tenía un escarabajo metido en una jaulita, quería sacarle sangre y se lo<br />
estaba pasando muy bien. Lo descuartizó y lo enterró en la terraza.<br />
—¿Estás seguro de que no ha sacado esa idea de mis obras? —preguntó Oulipo<br />
a su otra mitad.<br />
—A los niños les gusta desintegrar.<br />
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