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Oulipo reflexionó, eran unos snobs, y eso estaba bien. El carrito de Sara estaba<br />
en el pasillo, estaba fascinado con ella.<br />
Sophie contó su historia en Japón.<br />
—Y ya estoy otra vez aquí.<br />
Le enseñó una fotografía de un objeto sobre una mesa. Era una cosa rara.<br />
Entonces se escuchó un coche. Ness estaba construyendo una ciudad con papel<br />
maché y se movía constantemente. Oulipo pensó que era una niña lista. Parecía todo<br />
tan... lioso. La vida es un engaño, lo único que consiguió decir fue:<br />
—Sí, sí.<br />
En fin, bueno, ya veremos. Ahora era todo un poco aburrido. Le pidió a Sophie<br />
que se fuera a Disneylandia. Sophie se levantó las gafas de sol y le confió:<br />
—¿Te acuerdas de aquel Halloween con cuchillos y tenedores de imitación de<br />
plata? Nunca he vuelto a ser capaz de mirar una revista pornográfica.<br />
androides.<br />
—No podrías hacer nada mejor. Era una foto tan extraña...<br />
—Muy bien. Tú ganas. Me voy con las niñas a Disneylandia.<br />
Pero Ness los interrumpió en ese precioso momento contando un chiste sobre<br />
¿En qué situación se encontraban sus vidas?<br />
—Era un androide con cejas.<br />
Oulipo miró a Sophie y se fue a recorrer las calles. Estaban casi desiertas.<br />
Había un hombre tosiendo, sentado en una moto. Pasó un coche. Cuando salió el sol,<br />
Oulipo conoció a una chica australiana que se había sentado a su lado. Llevaba un<br />
vestido negro de lana. Parecía buena. Le llegaba a la altura del pecho. Pasaron junto a<br />
un estanque, la chica se arrodilló y se puso a fumar. Oulipo hizo un leve gesto de<br />
indiferencia. En el suelo encontraron una jaula de mimbre.<br />
—¿Tienes cerillas?<br />
—No fumo.<br />
—No lo dices en serio.<br />
Oulipo torció y siguió por una calle, desde el extremo le llegaban los gritos de<br />
la chica. Se había enfadado y se había puesto a llorar. Un hombre de cabellos blancos<br />
y bigote recortado inclinó la cabeza ante ella y le tendió las manos, con las palmas<br />
hacia arriba. Tenía una voz monótona e inexpresiva. Oulipo se marchó tranquilo, no<br />
iba a pasar nada. Entonces imaginó a la chica australiana con el hombre de cabellos<br />
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