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vio —el pantalón aplastado, la camiseta tirada y arrugada— estuvo a punto de caérsele<br />
la gran viga de madera que arrastraba.<br />
Volvió a casa dos días después. Sophie se había ido a primerísima hora. Le<br />
inspiraba una total sobriedad ver que pocas cosas se había llevado esa mujer que<br />
adoraba todas sus pertenencias. Miró el armario y pensó: ¡joder, cuántas ganas tenía<br />
de largarse! Se la imaginó allí de pie. En el centro de todos los ruidos. Aquel era el<br />
espacio pensado para que ella permaneciera de pie. El vórtice. Justo al lado del marco<br />
alargado del espejo.<br />
Se había ido a través de aquella enorme puerta de doble hoja que llegaba hasta<br />
el techo, el único elemento original del ático, que había sido restaurado casi por<br />
completo.<br />
Oulipo casi no podía respirar, sufría de un narcisismo desmesurado. No se<br />
había podido despedir de ella. Le resultó francamente espeluznante. Se imaginó cómo<br />
desaparecía por un oscuro y desnudo túnel que se iba haciendo cada vez más y más<br />
estrecho. De vez en cuando caía del techo algún esqueleto y se rompía en pedazos<br />
junto a él. Gimió por Sophie. Era un burro redomado.<br />
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