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Pechos de whisky, chorro. Dirección y motivación en invierno. Una erección al<br />
contemplar demasiado ansioso. Melena en desorden. Mujer asfixiante. Su aliento<br />
apestaba a alcohol. Réplica. Haciendo vida conyugal. Cambiando los muebles de sitio.<br />
Gastado. Haciendo cosquillas. Los buenos tiempos pasados. Otro tiempo. Cogido a la<br />
mano, daba la impresión, inconscientemente. Bajo los pies. Camino. Era bastante<br />
difícil entenderla cuando estaba bebida. Era su última cena en París. ¿Te gustaría<br />
probar un poco de sudor? Los escalones por horas. No había correo. La vida, dijo<br />
Oulipo, consiste en no perder lo que te mantiene despierto. Había mil suelos al otro<br />
lado. Una nube de cuartitos de belleza asombrosa. El que más te guste. Un caballero.<br />
Violencia reprimida. No había nada. A la una y media, el otro día, irreal. Creo que es<br />
usted maravillosa, y conozco la clase de persona que es. ¿Me dijiste que volverías a<br />
visitarme? ¿Recuerdas eso? La botella en la mano y detrás una mesa de cocina.<br />
Llevaba unos tacones enormes. Las ocasiones. Las dimensiones particulares. Como si<br />
fuese una campanilla postiza. Lo que más irritaba a Oulipo era hacerlo en cuclillas.<br />
Observaba sus movimientos crueles. La atravesaba. Si eres francesa, incluso a las tres<br />
de la mañana, eres como un conejillo de seda cuya última gota de jugo se centrifuga.<br />
Un día de vacas muertas. ¡Casados! Oulipo se ponía a pensar en esas cosas porque a<br />
veces se puede vivir sin amor. Sophie era su refugio. Inexplicablemente. Madame<br />
maloliente. Su debilidad. Lo era. Al poco rato se derrumbó. Ojos centelleantes. No<br />
hay nada peor que estar desesperadamente enamorado. Había sido en Idaho. Por allí.<br />
Llevaba un gorrito extravagante. Écoute. Se había excitado terriblemente. Era el final<br />
del verano y estaba sentada junto a la ventana, firmando. Hacia las tres. Oulipo se<br />
paseó de aquí para allá, como si fuera la última mujer de la tierra. Quería intentarlo.<br />
Había corrido el rumor de que callaba hasta al último poeta. Oulipo pasó por delante<br />
de la ventana y escuchó una explosión frente a él. Gente llorando y maldiciendo.<br />
Máquinas. Cuando pensaba en ella había un cataclismo. Sus palabras. Sus oraciones.<br />
Tenía que divertirse con ella. Iba de un lado a otro. Sophie no se sintió halagada. El<br />
gorrito. Una mochila. La saludó. Siempre había una boca sucia y presuntuosa<br />
corriendo. Precisamente, las puertas ya estaban cerradas. El gorrito color lavanda.<br />
Condones. El caso es que le pareció la típica escritora francesa. Fina. Bebía como un<br />
pez y no parecía darse cuenta del sentido. Oulipo la cogió del brazo con entusiasmo.<br />
¡Suéltame, inglés! No pensaba en lo que hacía. Paró.<br />
Lo cierto es que le gustó por dos razones tan distintas como indisociables.<br />
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