Jotter [PDF 494 K]

por ahí coqueteando en fiestas acusándote de prostitución.
Sophie le puso los puntos sobre las íes.
—¿Qué iba a hacer? —dijo Emma—. Tenía que hacer algo para conseguir
dinero. Ahora me siento segura.
Estaba eufórica.
—Pero tu madre no te habla, ¿no?
—Pues no —soltó un suspiro de alivio—. ¿No es espléndido?
Aquel verano, Emma se presentó en casa de Oulipo y Sophie con un actor
untado de maquillaje que hablaba con acento hindú. A Sophie le entraron ganas de
salir corriendo. Emma se mostraba evasiva, y les pidió que se afiliaran al Partido,
estaban preparando una gran ofensiva. Ya no vivía en la casa, y no tenía ni idea de
quién la había comprado.
—¿Lo sabe tu madre? —le preguntó Oulipo.
—Ha salido en el Daily Mirror diciendo que está orgullosa de su hija. Se ha
vuelto loca. Camina sin hablar y diciendo adiós con la mano. Es un espectáculo.
—¿Cómo has podido hacerle una cosa así? —le dijo Sophie, dándole la espalda
para ir a sentarse al lado de Oulipo.
—Te puedo asegurar que no tengo ni la menor idea de por qué actúa así.
—Venga, ya sabes...
—¿A qué te refieres? —preguntó Emma.
Sophie la miró como si lo que acababa de decir fuera evidente.
Al día siguiente, Oulipo y Sophie fueron a la casa, alguien había desplegado
una alfombra roja mugrienta con un Cristo crucificado.
—¡Es una fascista! —soltó la madre de Emma desde el vestíbulo.
Llevaba unas gafas muy gruesas. Los examinó.
—¿Sois policías de paisano?
Oulipo y Sophie se quedaron pensativos.
—No hace mucho se presentaron unos maleantes. ¡Cabrones! ¿Quién se ha
llevado los beneficios? ¡Emma! ¡Esta era mi casa!
De repente, los abrazó. Se pasaron la noche entera escuchando sus
lamentaciones. Su vida había cambiado muy deprisa y se estaba condenando.
Abandonando el mundo. La casa había sido comprada por un juez del Tribunal
Supremo, un hombre de costumbres extravagantes que quería convertirla en un salón
87