Jotter [PDF 494 K]

escribía sobre él. Oulipo no sabía si estaba siendo objetivo. El romanticismo, en el
cine, en la fotografía, es sólo una imagen. El erotismo no es lo mismo que la
pornografía. El público tiene súper-poderes, perversos, primitivos. Sophie era
virtuosa, pero se las arreglaba para acomodarse a la cultura fetichista, le gustaba
sentirse como un objeto, a veces, cuando le interesaba. Colocaba en todas partes
dispositivos para escuchar y registrar, para reflexionar en sus libros sobre lo que
grababa. Era capaz de organizarlo todo en sus textos de manera armoniosa.
A Oulipo le gustaban las vacaciones, la ropa cara, los perfumes y toda la
parafernalia del consumo; el espacio que le concedía la sociedad para representar su
poder. De todas formas, no podía ceñirse exclusivamente a eso y hablar a su hija
dulcemente.
Un beso lánguido, una caricia sensual. No escogía a esas chicas, o lo que
fueran, por azar. Había una línea secreta que hacía visible y expresaba con
personalidad, pero el rostro era suficiente como etiqueta. Le gustaba depravar y
corromper a aquellos cuyas mentes estaban abiertas. Luego, intentaba delimitar la
frontera. La plenitud del sexo, el éxtasis del sexo, la forma pura y vacía. Lo hacía
clandestinamente, transformando la realidad, sin decir ni una sola palabra. Algo
complejo, sí. Sus deseos incongruentes pulverizaban el orden de su universo. A veces
tenía intuiciones desesperadas que resolvían el problema. Botas de charol, látex,
cadenas... A veces se acordaba de París. Del metro, de las paredes de los urinarios
públicos. Ese delicioso terror. No le resultaba difícil encontrar lo que buscaba,
alcanzar el clímax, pero el amor siempre ha sido el principal asunto en todo el arte, y
quizás también fuera de él. Después de todo, sigue siendo el tema más audaz.
Oulipo sobrevivía a un rayo para luego verse devorado por otro. Pensó que a
Sophie le interesaba demasiado la caligrafía, que es el único oficio de este mundo que
tiene por patrón a un demonio. Lo que la conducía al continente negro era el amor,
una pasión desdichada que le amargaba la existencia; su vida podía tener un
desenlace fatal.
Un día, hace ya años, no mucho después de Navidad, había comprado peces,
peces auténticos. Desde San Francisco a Londres el viaje era largo. ¿Debería ir?
Oulipo pensaba que el amor es el gusto por la prostitución. Nunca se hacía ilusiones,
ni en su juventud.
Había una chica de corta estatura, llevaba una camisa con el cuello abierto,
14