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exasperación. Resplandores. Ruidos.<br />
—Irás cayendo poco a poco —decía Sophie.<br />
Por la tarde, Sara estaba en su cuarto, que daba a la terraza, vestida con un<br />
disfraz de enfermera. Ness estaba muy quieta, sumisa y distante.<br />
oso salvaje.<br />
naranjas.<br />
—Saluda a mi oso —exclamó Sara—. Es mi esclavo, pero para los demás es un<br />
Ness la observó y, súbitamente, la besó, corrió a la cocina y volvió con unas<br />
—Nosotros formamos una tribu —gritaron Ness y Sara al mismo tiempo<br />
fingiendo un acento extraño—. ¡Somos Hiboconras!<br />
—¿Cómo se llama el oso? —preguntó Oulipo.<br />
—No sé su nombre —respondió Sara.<br />
Por la tarde llegó May, la prima de Sophie. Era una mujer de unos 40 años,<br />
rubia, religiosa y muy elegante; con una estúpida sonrisa siempre en los labios. Se<br />
llevaba a las niñas de viaje, se fueron en un momento. A Italia. A Nápoles. Sophie<br />
recordaba las paredes azules de la antigua casa de su prima. Oulipo no se lo creía. En<br />
la piscina de aquella mujer se habían ahogado tres españolas unos años antes. Ella<br />
había salido a toda prisa de su cuarto, con una cartera de piel de cerdo, se había<br />
detenido ante la gruesa puerta de teca. De ningún modo se podría librar de aquella<br />
desdicha. Sophie dio a Oulipo un masaje en los hombros. Entretanto, hablaron un<br />
poco.<br />
—El dolor hace que la cabeza te juegue malas pasadas.<br />
De pronto, los grandes caracteres negros del periódico empezaron a<br />
convertirse en una mujer india moderna, rodeada de un hormiguero que se caía a<br />
pedazos.<br />
—El pasado está goteando en ti.<br />
La mujer india era una maga de Nueva Delhi.<br />
—Te haré una pregunta en serio.<br />
La mujer india no probaba ni un solo alimento de su cocina, iba en un coche<br />
del ejército que hacía un zumbido que daba dentera.<br />
—¿Soy un mal poeta?<br />
La mujer india se acercó furtivamente a una cuadrilla de ganaderos y acabó<br />
con su epidemia de optimismo.<br />
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