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A través del cristal se veía el bosque nevado. Sara había adquirido la costumbre<br />
de contemplar la hierba y después hacía dibujos toscos.<br />
Al oeste del castillo se veía una nubecilla de humo azul.<br />
El escritor sólo tenía veinticinco años, sus abuelos habían muerto en la guerra.<br />
Las palabras le salían a borbotones.<br />
—Me siento solo. Muy solo.<br />
No tenía buen aspecto. Alguien lo llamó desde arriba. Su hijo. No encontraba<br />
una manta. Les pidió que se marcharan.<br />
Durante una hora intentaron tranquilizar al escritor. El niño los miraba de<br />
reojo, parecía un gato.<br />
Antes de irse, volvieron a las ruinas. Ness se estaba comiendo una manzana.<br />
Sophie anotaba cosas en un cuaderno, cosas contradictorias y vagas.<br />
—¿Dónde la has comprado?<br />
—¿Dónde he comprado qué?<br />
—La máquina de escribir. Disculpa la metáfora.<br />
—La encontré en el bosque.<br />
—Debía ser de un gran escritor.<br />
—Tiene el anagrama del Partido Comunista.<br />
—Es hermosa.<br />
—Es una pluma sencilla para escribir una novela sobre el deseo sexual.<br />
—¿Sobre el deseo sexual en el Partido Comunista?<br />
—Creo que sí. Tiene un nombre, la pluma: señor Gottbis.<br />
—Está un poco quemada.<br />
Ness empezó a temblar. Oulipo la cogió y tuvo la impresión de que estaba<br />
desnuda. Sara se puso a cantar y a bailar.<br />
—Llevamos aquí muchas horas.<br />
Fueron a un bar. Comieron estofado de conejo. Ness copiaba los gestos de<br />
Sara, y luego sus ojos se dirigieron a un alemán de pelo blanco.<br />
—Me parece muy hermoso —le dijo la niña al anciano.<br />
El viejo le pellizcó la cara y se puso a llorar. Hablaron durante unos minutos.<br />
Cuando salieron del bar volvieron al lago. Era un día muy frío. Había un<br />
vagabundo descalzo.<br />
Aquella noche durmieron en un barco.<br />
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