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Jotter [PDF 494 K]

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—Mucho.<br />

Se fueron al baño y contemplaron el cielo juntos.<br />

Oulipo estaba frente a su ventana encendiendo cerillas, concentrado en sus<br />

zapatos. En ese momento podría haberse creído cualquier cosa. Ya no estaba<br />

angustiado, estaba triste. Pasó un rato largo antes de que volviese a pensar en Sophie.<br />

Era cosa mala. Se inclinó hacia su foto. Nosotros nos amamos, pensó. Algún día iría a<br />

buscarla, pero nunca era el momento apropiado. Tal vez había llegado demasiado<br />

lejos. Volvió a salir a la calle. A las calles oscuras. Los coches. Abrió los ojos y vio al<br />

pelirrojo en una esquina. Al volver a casa bajo la temblorosa mirada del amanecer,<br />

absorto en la bruma, encontró cierto deleite al contestar una llamada en su teléfono<br />

móvil. La puntillosa, caprichosa y burlona Dreide. Eran tan negra que parecía tallada<br />

en ébano.<br />

—Creo que jamás conseguiré un marido.<br />

Oulipo bajó hasta el río y observó el agua.<br />

—¿Crees que realmente es eso lo que te conviene? —preguntó a Dreide.<br />

Oulipo se dio cuenta de que era un idealista, había gente que no le decía nada.<br />

Dreide era tan profunda, tan basta e increíble... Era una mujer desesperada, pero<br />

también hay hombres desesperados.<br />

Un desconocido pidió algo a Oulipo, amablemente. Oulipo tenía sueño. El<br />

desconocido le dijo que le gustaba su camiseta negra. Oulipo pensó que quizás el<br />

desconocido era un hombre interesante. Volvió a sonar el móvil. Contestó. Colgaron.<br />

Se fue a casa y cerró suavemente la puerta. Pasase lo que pasase, estaba condenado.<br />

Quizás había sido un poco brusco con Sophie. Lo que le había dicho en el<br />

restaurante... No le había hecho caso.<br />

Ya se había quitado la chaqueta y estaba empezando a desabrocharse los<br />

pantalones cuando percibió, en el pasillo, unos ojos que lo miraban fijamente. ¿Los<br />

reconoció? Sí, me imagino que sí. La puerta de la habitación era de cristal. Se tendió<br />

en la cama, era una locura, haría las paces con ella, le debía una explicación. Sophie<br />

se echó a reír. Oulipo se levantó. Sus miradas se encontraron.<br />

—No sé qué decirte, ya iba a marcharme.<br />

Sophie se dirigió hacía la puerta, la abrió y se fue sin decir nada más. Cuando<br />

Oulipo consiguió dormirse, ya eran las once de la mañana. Al despertarse, sacudió la<br />

cabeza y se obligó a mirar hacia la puerta. Sophie volvía a estar allí, y se acercó a él. Se<br />

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