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Ness empujó una caja hacia un rincón con la rodilla, ella no se movió. Abrazó a<br />
su padre y le chupó los nudillos. Sophie los miró. En el fondo del pasillo brillaba una<br />
luz muy débil. Oulipo sacó un reloj del bolsillo, Ness lo contempló, levantó la vista,<br />
sonrió, pero no dijo nada. Se encogió de hombros.<br />
mierda.<br />
imprecisa.<br />
—Hoy me ha hablado el cajero automático, me ha dicho que soy un pijo de<br />
—Me parece que te ha identificado. Habría visto tu cara en alguna parte.<br />
—Las gafas de sol Ray-Ban. Creo que no lo entiendes. Mira lo que pasó...<br />
—Tú nunca has sido un pijo de mierda.<br />
—¿Y Augusto? Ha sido una semana mala.<br />
Esa noche el aire estaba lleno de moscas, la realidad se desbordaba, era<br />
—No quiero que le hagan daño. Lo he visto y...<br />
—Augusto nunca ha sabido controlarse, nunca ha sido capaz de conseguir lo<br />
que quiere. Crea problemas.<br />
—¿Puedo ayudarlo en algo?<br />
Sophie dudó qué decir:<br />
—No lo sé.<br />
Oulipo esperó a que pasase algo, ¿qué? Le molestaba. Tenía un dolor de cabeza<br />
bastante jodido, pero en cierto sentido era satisfactorio, así mantenía el control. Era<br />
un mal chico, tenía que aprender a ser más adulto, era indudable.<br />
Augusto había dejado un mensaje grabado en el contestador, decía que ya se<br />
pasaría. Oulipo se miró la cara en el espejo.<br />
—¿Lo echas de menos?<br />
Oulipo pensaba en el infierno particular de Augusto, pero sentía un alivio<br />
inconsciente bajo Sophie. Se preguntó si se le escapaba algo. Una vez había visto a<br />
Augusto en el cementerio caminando entre las tumbas, a principios de octubre,<br />
parecía un muñeco ridículo, era repugnante.<br />
En la casa de la hermana de Augusto no contestaba nadie.<br />
—¿Tienes la menor idea de adónde ha podido ir Augusto?<br />
—Estoy buscando a su hermana.<br />
Oulipo volvió a llamar por teléfono, cogió la mano de Sophie y se la metió<br />
dentro de los pantalones.<br />
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