Jotter [PDF 494 K]

Los pies de Oulipo eran afortunados; estaba bailando en la discoteca. A veces
no podía mirarse al espejo. Espantó a un moscardón con la mano. Hoy se sentía
sucio.
—¿Quieres tocarme?
Recordaba el sabor de las lágrimas de Sophie, quería recuperar sus noches
rotas. La memoria. Los recuerdos. A cualquier sitio donde fuera se llevaba un
pedacito de Sophie. Sólo se tenía a sí mismo. La belleza de Sophie bajo la luz artificial.
Era el anticristo.
—Comparte tu fuego conmigo.
Sus brazos líquidos.
—Llévame, cariño, ahora.
Estaba en su cerebro.
—Hola, me llamo Albert.
La normalidad es una locura. Quería levantar las manos y tocar el cielo. Quiero
que vuelvas, Sophie. No sabía qué decir, pero lo decía de todas maneras. Tenía los
ojos en blanco y le sangraba la nariz.
—Vamos, tengo el corazón como un horno. Por ti me abriría como un
crisantemo. Quiero tu alma.
Oulipo estaba bajo el control de una fuerza más poderosa que él. Besó el látigo
y empezó la batalla. Lo había echado todo a perder. ¿Qué quería Sophie de él? Había
cogido lo que había podido. Era una puta. Una mierda. Sólo lo quería todo. Su cuerpo
de miel en el barro.
—Te deseo.
Sexo.
Drogas.
Industrial.
Lejos de su casa. Cogió sus pastillas de vitaminas. Una mañana neblinosa.
Estaba en el lavabo, abrió mucho los ojos, estaba contento. Había sido algo más que
una fiesta, había vuelto a su camino. Imbécil. Era un imbécil. Sexo a la fuerza. Seguía
buscándose a sí mismo. ¿Estaba despierto? Se sentía bien, tenía buen aspecto, pero el
futuro era negro.
Rompió el silencio, subió el volumen. Las estrechas caderas de Sophie frente al
sol. Tenía tres sexos.
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