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sentó sobre la cama y se abrazó las rodillas. Estaba descalza, y llevaba las uñas de los<br />
pies pintadas de azul oscuro. Oulipo tuvo miedo, todo estaba pasando de una manera<br />
muy extraña. Estiró los labios en un simulacro de sonrisa y le tocó la mano.<br />
Ese día susurraron, jadearon. Sintieron escalofríos, se estremecieron, se les<br />
heló la sangre. Para Oulipo, la voluptuosidad única y suprema del amor radicaba en<br />
hacer el mal.<br />
Esa noche, Sophie escribió un poema sobre la muerte y se esfumó. Quizás su<br />
aparición había sido sólo una ilusión. Algo efímero que no podría haberse concebido<br />
de ninguna otra manera.<br />
Nueve meses después nació Sara.<br />
Oulipo había conseguido un par de exposiciones muy buenas y estaba más<br />
tranquilo. Augusto decía que quería dejar las drogas, pero nadie se lo tragaba, iba<br />
siempre con una botella de cerveza bajo el abrigo. La policía lo paró una noche en el<br />
Soho y le examinaron los brazos para ver si tenía marcas de agujas. Llevaba 50<br />
miligramos de morfina y le temblaban las manos. Le pidieron a su padre que<br />
testificase sobre su estado de salud.<br />
A Oulipo no le hizo mucha gracia toda esa historia. Augusto decía que ya se<br />
buscaría la vida.<br />
El viento empezó a soplar otra vez en la terraza. Oulipo se sentó en la mesa y le<br />
recordó a Augusto que había algo que tenía que resolver desde hacía muchos años.<br />
—Bueno, yo tampoco quiero hablar de ello, pero no quiero seguir nadando en<br />
esta porquería.<br />
Al principio, cuando Augusto le empezaba a hablar de sus problemas, Oulipo<br />
se largaba, pero después había decidido aguantar el tipo y quedarse escuchando.<br />
Augusto llevaba puesta una falda escocesa y una especie de zapatos de tacón.<br />
Estaba tembloroso.<br />
—¿Qué coño te hizo tu padre?<br />
—Sólo hizo su trabajo.<br />
Augusto se fue dando tumbos, y Oulipo intentó no demostrar la terrible<br />
impresión que le producía verlo así. Totalmente asexual.<br />
Miró las fotos de Sophie y las niñas, después miró al suelo. Durante un<br />
segundo pensó que iba a ponerse a llorar.<br />
Al bajar a la calle, Oulipo pasó junto al coche plateado con el que había soñado.<br />
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