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Oulipo le gustaría algo sabroso. Azúcar.<br />
Janice dijo algo, quizás sobre el funeral. Qué triste lo del pobre Augusto. Janice<br />
sonrió descaradamente. Muerto. Pobre Augusto. No tiene nada de obsceno. Había<br />
una vieja jovial inclinada al lado de la pared. Tenía dinero, y le olía bien el aliento,<br />
pero no se movía. Iba vestida de negro y miraba a un hombre de corbata.<br />
—Está casi arreglado —le dijo el hombre.<br />
—¡Pobre Augusto! No entré para no verle la cara.<br />
La vieja cogió algo y se lo metió en el bolsillo.<br />
—Con esto salvaré a millones de niños. No era un hombre limpio, pero ahora<br />
será mi guardián.<br />
—El funeral ha sido bastante melancólico.<br />
—Siempre huyendo de la corriente de la vida. Supongo que es su tía Sally<br />
—Oulipo suspiró resignadamente.<br />
—¿Ha venido Thomas?<br />
—Vámonos antes de que Janice acabe con mi paciencia.<br />
—¿Por qué la eliminaría del testamento?<br />
—Lo gracioso es que...<br />
Oulipo iba a decir algo, pero cerró la boca. Vio a una geisha en un coche que se<br />
abría paso entre la gente. El coche giró hacia la izquierda.<br />
—En el cementerio hay unos veinte entierros diarios.<br />
—¿Saben ya de qué murió?<br />
—Dijo que iba al paraíso, o que estaba en el paraíso.<br />
—¿Quién es ese que viene con Thomas?<br />
Un hombre de barba gris. Estaban sacando el ataúd. Sally entró otra vez en la<br />
iglesia para rezar por el reposo del alma de Augusto, que iba a ser enterrado bajo la<br />
luz de las farolas. La geisha del coche tocó la bocina. El hombre de barba gris se<br />
dirigió a toda prisa hacia el coche. Thomas se puso un sombrero de copa y bajó las<br />
escaleras hacia el cementerio. Janice estaba mordisqueando un bizcocho.<br />
—La vida es demasiado corta —dijo Janice—, pero todo saldrá bien. Tengo que<br />
arreglar lo de la herencia.<br />
Thomas cogió un cigarrillo y le preguntó a Janice:<br />
—¿Eres la viuda?<br />
—De luto por Augusto —asintió con la cabeza.<br />
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