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¿Nos vamos a otro sitio?<br />
—¿Qué propones?<br />
—Allí, Augusto —dijo Oulipo; lo cogió del brazo y tiró de él hacia el final de la<br />
calle, hasta un callejón donde el barro estaba cubierto de algo que parecían flores<br />
secas o esqueletos de bebés, a juzgar por su vaga fragancia. Al llegar allí, Oulipo se<br />
sintió a salvo, como un cadáver en su tumba, y exhaló un gemido semejante a los que<br />
produce el placer.<br />
Recordó la primera vez que tuvo conciencia de que era presa de la lucidez,<br />
desde entonces había sentido la necesidad de formular una enérgica protesta en<br />
contra de todo y de todos.<br />
En dos ocasiones había pensado que no era más que un objeto. En dos<br />
ocasiones había pensado que había caído sobre él toda la carga de la cultura<br />
occidental. Pero se mantuvo firme y pudo ascender hasta la pequeña altura donde se<br />
encontraba antes. Allí dejó atrás sus preocupaciones y tomó aliento.<br />
Augusto estaba de pie delante de él, con los brazos apoyados en las caderas,<br />
observándolo atentamente. Augusto era joven, no muy fuerte, de rostro pálido,<br />
hermoso y bien formado, sobre el que colgaban sus cabellos rubios, desordenados y<br />
húmedos. Llovía. Después de convencerse de que todavía no quería irse a casa,<br />
Oulipo volvió a coger a Augusto del brazo y tiró de él hacia otro sitio.<br />
—Esto es exactamente lo que quiero —repuso Augusto— seguir subiendo. En<br />
mi familia son todos unos idiotas, unos maníacos, en sus solemnes mansiones,<br />
víctimas de pasiones terribles.<br />
Entraron en una iglesia. Había una estantería de más de tres metros y medio<br />
de largo llena de figuras de santos. Había feligreses sentados en los bancos de<br />
madera. El techo estaba revestido de antiguos paneles de roble. Un par de<br />
monaguillos con sus ondulantes vestidos blancos se deslizaban del altar a la sacristía.<br />
Si no fuera por las sonrisas forzadas de las figuras de porcelana barata de los santos,<br />
sería un lugar agradable. Tal como estaba, era una pesadilla para un esteta como<br />
Oulipo.<br />
El día que Oulipo se enteró de que Augusto había sido arrestado, imaginó que<br />
él sería el siguiente, pero se sentía mal y no tenía energía para dejar la ciudad.<br />
—¿Cuándo?<br />
—Aquella tarde. Te oí discutir con Mu por teléfono. Después salí al jardín a leer<br />
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