Jotter [PDF 494 K]

Sara subía y bajaba el cuello imitando al pajarito.
—Entonces, ¿cómo soportas el día a día?
—No lo sé.
—¿No sales con nadie?
—Venga —dijo Sophie con calma—. No tengo ganas de acercarme a nadie.
Sophie se puso a recoger la mesa. Ness se había montado en la bicicleta.
Oulipo escribió algo en un papel y lo guardó en el bolsillo interior de su
chaqueta. Se bebió un whisky y recordó que era su cumpleaños. Pensó en colgarse de
un arnés cabeza abajo y quedarse así el resto de su vida. ¿Para qué? No era algo
verdaderamente admirable. Ted Watson entró en el bar.
—Venga, Ted, lárgate. No tengo ganas de discutir contigo.
Ted venía de apostar en las carreras de galgos, fue espantoso. Le pegó un
mordisco a Oulipo y perdió el equilibrio. Se lo llevaron a la cocina. Llevaba una
maleta negra llena de carne hervida. Nadie dijo nada. Empezaron a salir gusanos de
la carne. No supieron qué hacer, a Oulipo nunca se le había pasado algo así por la
imaginación.
El poco pelo negro que le quedaba a Ted estaba aplastado sobre su calva. El
cocinero se agachó y lo empujó. Estuvieron allí una hora. Aquella noche, Ted se había
emborrachado y había organizado tal escándalo en el canódromo... Había sido
bochornoso. Salió una rata de debajo de la nevera. Oulipo se fue a su casa.
Ness caminaba apoyándose en la punta de los dedos, delicadamente. No le
asustaba nada:
Gritó:
—Quiero bailar sobre la mesa.
A Ted no había nada que le diese más miedo que una rata. Murmuró algo.
—¡Veneno!
Su voz sonó algo gutural:
—¡Haré que venga un inspector de sanidad!
Ness se pinchó con un alfiler, tenía puesto un camisón verde brillante. Sophie
sirvió a su hermana otra copa de vino, y sonrió por primera vez en toda la noche:
—Vamos al salón.
—¡Lo que más me gusta es estar despierta hasta tarde!
Sophie miró a su hija y sonrió dulcemente.
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