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—Eres un poeta sin rimas.<br />
La mujer india tenía las piernas tan curvadas como un milagro.<br />
—¿Y entonces?<br />
La mujer india estaba alumbrada por lámparas, lo suficiente como para que<br />
todo el mundo volviera a ser feliz después de la sequía. Entonces se levantó su hija,<br />
evitando tropezar con la bicicleta, y se puso a bailar como una loca pintando<br />
consignas en las paredes. A la vuelta de la esquina. La hija de la mujer india parecía<br />
una reina enana mientras se alejaba de su madre; una gran vidente, quiromántica,<br />
astróloga, adivina.<br />
—¡Treinta minutos! —exclamó Oulipo.<br />
La mujer india tenía un labio inferior protuberante, y la escuchó hablar. Oulipo<br />
notó un cambio en ella, se convirtió en un dios-mono, en una dama oscura. Oulipo le<br />
pidió una explicación sobre su olor, pero la mujer india sólo hizo una observación<br />
enigmática: “Los pescadores llegaron primero”. A lo largo del mar.<br />
Sophie vio el Taj Mahal cayéndose en pedazos. Un grito suspendido en el aire.<br />
Ovillos de pies. Un dios apoyado pesadamente sobre un atardecer del año 1800.<br />
—Encontraremos un sitio mejor.<br />
Oulipo había visto al dios. Hacía que uno se parase a pensar. Sophie vio una<br />
canoa. El dios cesó visiblemente en su enojo. La mujer india despilfarró todo el<br />
dinero que había ganado.<br />
—Es inútil, no nos engañemos. Es una canoa de guerra. Se ha ido. ¿A lo mejor<br />
llegamos a las armas?<br />
“Maldito Dios”, pensó Sophie. Era de noche. Sonó un mosquete en toda<br />
Inglaterra. En todo el mundo.<br />
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