Los engaños de la mente- S.L. Macknik.pdf?part=0
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seis <strong>de</strong>dos para hacer tres salchichas».<br />
<strong>Los</strong> magos que había en el enorme salón se quedaron perplejos. ¿De qué diablos hab<strong>la</strong>ba Tamariz?<br />
¿Salchichas? ¿Dedos? Justo entonces, Tamariz bajó <strong>de</strong>l escenario, se acercó al público y corrigió <strong>la</strong><br />
posición <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> un tipo que había en <strong>la</strong> primera fi<strong>la</strong>. «¡Está haciéndolo mal! —le gritó. En<br />
cambio, elogió al señor que estaba sentado a su <strong>la</strong>do—. ¡Perfecto! Lo hace usted tan bien que hasta<br />
podría cortar<strong>la</strong> en trozos y compartir<strong>la</strong> con todos». Dicho lo cual, Tamariz dio un golpe <strong>de</strong> kárate en el<br />
aire sobre <strong>la</strong> salchicha imaginaria y sacó una ristra <strong>de</strong> tres gran<strong>de</strong>s salchichas kielbasa.<br />
«Ay, pero ¿qué está haciendo? —se preguntaron los magos, revolviéndose en su asiento con cara<br />
<strong>de</strong> preocupación—. Pobre Tamariz, <strong>de</strong>be <strong>de</strong> estar perdiendo faculta<strong>de</strong>s». Por supuesto, el sexagenario<br />
se <strong>de</strong>dicó a dar brincos otra vez y realizó varios trucos asombrosos <strong>de</strong> manera impecable. Y todos nos<br />
olvidamos <strong>de</strong> <strong>la</strong> tontería <strong>de</strong> <strong>la</strong> salchicha.<br />
Al cabo <strong>de</strong> tres cuartos <strong>de</strong> hora, Tamariz invitó a subir al escenario a una mujer y le hizo contar<br />
diez cartas, una a una. Luego le pidió que <strong>la</strong>s sujetara con una goma, que <strong>la</strong>s <strong>de</strong>positara en una mesa<br />
que había al otro <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l escenario y que volviera junto a él. A continuación, pidió a un hombre que<br />
subiera al escenario y se colocara al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong>s cartas sujetas por <strong>la</strong> goma. <strong>Los</strong> dos voluntarios estaban<br />
separados por unos cinco metros y el mago no se apartaba <strong>de</strong> <strong>la</strong> mujer. Tamariz le pidió que contara<br />
otras diez cartas sobre una mesa y que <strong>la</strong>s sostuviera con <strong>la</strong>s dos manos. Entonces, anunció a bombo y<br />
p<strong>la</strong>tillo que iba a teletransportar algunas cartas <strong>de</strong> un extremo a otro <strong>de</strong>l escenario. A continuación,<br />
aseguró que en <strong>la</strong> baraja situada en <strong>la</strong> mesa más alejada habría trece y no diez cartas. Tamariz realizó<br />
unos pases mágicos dirigidos hacia <strong>la</strong> mujer y le pidió que le entregara <strong>la</strong>s cartas para que pudiera<br />
contar<strong>la</strong>s <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> todo el mundo. Sólo quedaban nueve cartas. Faltaba una. Se <strong>la</strong>s dio <strong>de</strong> nuevo y<br />
repitió los pases <strong>de</strong> magia. Al contar<strong>la</strong>s otra vez, faltaban dos cartas. Y en <strong>la</strong> tercera ocasión… eran<br />
tres <strong>la</strong>s cartas que faltaban. «Vamos a ver si me ha salido», dijo Tamariz, y pidió al hombre que<br />
contara <strong>la</strong>s cartas que tenía a su <strong>la</strong>do. El hombre lo hizo y contestó casi en voz baja: «Vaya, aquí sólo<br />
hay diez cartas».<br />
Tamariz fingió estar muy indignado. «¿Qué? ¿Diez? ¿So<strong>la</strong><strong>mente</strong> diez? ¿Está usted seguro? ¿Podría<br />
contar<strong>la</strong>s otra vez?». Sí, sólo había diez, no trece. El mago se quedó pensativo. «Hum, ¿podría usted<br />
mirar en su bolsillo izquierdo?». Pero no había nada. «¿Y, hum, en el bolsillo <strong>de</strong>recho?». Nada. El<br />
público empezaba a revolverse en su asiento, todo el mundo quería <strong>de</strong>saparecer <strong>de</strong> allí. «Oiga, ¿por<br />
qué no mira usted <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> <strong>la</strong> chaqueta, en el bolsillo izquierdo?», insistió Tamariz. Pero nada.<br />
Presa <strong>de</strong>l <strong>de</strong>saliento, Tamariz pidió por última vez: «¿Y en el <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong>recha?». Entonces el hombre<br />
introdujo <strong>la</strong> mano izquierda en el bolsillo interior <strong>de</strong> <strong>la</strong> chaqueta y <strong>de</strong> repente puso cara <strong>de</strong> sorpresa.<br />
Se había quedado <strong>de</strong> piedra. A todo el mundo se le estaba poniendo el vello <strong>de</strong> punta. El hombre<br />
extrajo lenta<strong>mente</strong> <strong>la</strong> mano <strong>de</strong>l bolsillo. Y había tres cartas en el<strong>la</strong>.<br />
«¡Tres cartas! —chilló Tamariz—. ¡Tres cartas! ¡Es un mi<strong>la</strong>gro!».<br />
Pero nosotros sabemos que no lo es. Tamariz había introducido <strong>la</strong>s cartas en <strong>la</strong> chaqueta <strong>de</strong>l tipo en