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Los engaños de la mente- S.L. Macknik.pdf?part=0

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aparta el enorme micrófono fijo que hay en el atril <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el que hab<strong>la</strong>. El que está usando es muy<br />

pequeño y lo lleva prendido en <strong>la</strong> so<strong>la</strong>pa—. ¿Y por qué estabais tan seguros <strong>de</strong> eso? Si luego se os<br />

preguntara: «¿Ha usado el sistema <strong>de</strong> amplificación <strong>de</strong>l local?», diríais que sí, que así ha sido. Y no<br />

mentiríais cuando más tar<strong>de</strong> reconstruyerais vuestra experiencia para otros; diríais lo que creéis que es<br />

verdad, pero no sería verdad».<br />

Otro ejemplo: «Muchos <strong>de</strong> vosotros creéis que estoy mirándoos directa<strong>mente</strong> a <strong>la</strong> cara. Pues no, lo<br />

único que veo es un montón <strong>de</strong> rostros borrosos. No puedo veros porque suelo llevar gafas graduadas».<br />

Randi se quita <strong>la</strong>s gafas que lleva e introduce los <strong>de</strong>dos a través <strong>de</strong> <strong>la</strong> montura sin cristales. «¿Por qué<br />

habría <strong>de</strong> presentarse uno ante vosotros llevando gafas sin cristales? ¿Sirve <strong>de</strong> algo? Sí, damas y<br />

caballeros: sirve para <strong>de</strong>mostrar lo que estoy diciendo». Y lo que está <strong>de</strong>mostrando es que <strong>la</strong> gente no<br />

pone en duda una mentira si no hay razón alguna para que sea una mentira.<br />

Pero ¿por qué <strong>la</strong> gente no duda entonces <strong>de</strong> sus propias suposiciones? La razón está en que dichas<br />

suposiciones se han cuestionado ya previa<strong>mente</strong> y se han establecido como un hecho. De niños, les<br />

quitábamos <strong>la</strong>s gafas a nuestros abuelos, nos <strong>la</strong>s llevábamos a <strong>la</strong> boca y pasábamos <strong>la</strong> lengua por los<br />

cristales. Con los años, parece que ya no sentimos <strong>la</strong> necesidad <strong>de</strong> <strong>la</strong>mer gafas. Nos hemos habituado<br />

al hecho <strong>de</strong> que <strong>la</strong>s gafas tienen una montura que sujeta unos cristales. Pero eso es una mera<br />

observación, no una explicación. Habrá que acudir a <strong>la</strong> neurociencia y preguntar cómo llega real<strong>mente</strong><br />

el cerebro a esta habituación y por qué.<br />

El porqué es sencillo: pensar resulta caro. Requiere actividad cerebral, lo cual supone consumir<br />

energía, y <strong>la</strong> energía es un recurso limitado. Más importante todavía: para pensar se necesita tiempo, y<br />

eso implica <strong>de</strong>saten<strong>de</strong>r otras tareas, como <strong>la</strong> <strong>de</strong> encontrar alimento y pareja, o evitar un precipicio o<br />

caer en <strong>la</strong>s garras <strong>de</strong> un tigre <strong>de</strong> dientes <strong>de</strong> sable. Cuanto más capaces seamos <strong>de</strong> archivar un hecho<br />

como algo ya establecido, mejor podremos concentrarnos en nuestros intereses y objetivos actuales.<br />

Cuantas menos veces nos preguntemos si <strong>la</strong>s gafas <strong>de</strong> alguien llevan o no cristales, mejor para<br />

nosotros.<br />

La habituación tiene su origen en un proceso neuronal <strong>de</strong>nominado «p<strong>la</strong>sticidad sináptica». Eric<br />

Kan<strong>de</strong>l, <strong>de</strong> <strong>la</strong> Universidad <strong>de</strong> Columbia, obtuvo el premio Nobel en el año 2000 por haber establecido<br />

este proceso en una babosa <strong>de</strong> mar muy poco apreciada l<strong>la</strong>mada aplisia. Kan<strong>de</strong>l registró <strong>la</strong> actividad<br />

<strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> neuronas <strong>de</strong>l sistema nervioso <strong>de</strong> <strong>la</strong> aplisia estimu<strong>la</strong>ndo el sifón <strong>de</strong>l molusco con un<br />

pequeño chorro <strong>de</strong> aire. A <strong>la</strong>s aplisias no les gusta que les insuflen aire en el sifón, <strong>de</strong> modo que lo<br />

contraen. Pero estos estímulos <strong>de</strong> aire son inofensivos para el<strong>la</strong>s y el hecho <strong>de</strong> contraer el sifón acaba<br />

cansando y a<strong>de</strong>más consume una cantidad preciosa <strong>de</strong> calorías, <strong>de</strong> modo que a medida que estos<br />

soplos <strong>de</strong> aire se repiten, <strong>la</strong> ap<strong>la</strong>sia acaba acostumbrándose a ellos y final<strong>mente</strong> <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> contraer el<br />

sifón como respuesta. Las señales neuronales re<strong>la</strong>tivas a los estímulos <strong>de</strong>l aire se reducen cada vez<br />

más, hasta que <strong>la</strong>s neuronas <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r a dicho estímulo. [2] Eso es <strong>la</strong> p<strong>la</strong>sticidad sináptica, y<br />

constituye el mecanismo neuronal <strong>de</strong> <strong>la</strong> habituación. <strong>Los</strong> humanos hacemos exacta<strong>mente</strong> lo mismo<br />

que <strong>la</strong> humil<strong>de</strong> babosa, aunque con unas percepciones y opciones <strong>de</strong> conducta bastante más<br />

e<strong>la</strong>boradas. No dudamos sobre si cada par <strong>de</strong> gafas lleva real<strong>mente</strong> cristales porque <strong>la</strong> experiencia nos<br />

ha enseñado que po<strong>de</strong>mos afirmar con bastante seguridad que así es, y <strong>la</strong>s vías sinápticas responsables<br />

nos han acostumbrado a ese hecho. Ya no es necesario que sigamos dándole <strong>la</strong>metones al cristal.<br />

En cuanto nos acostumbramos a un aspecto <strong>de</strong>terminado <strong>de</strong>l mundo, éste se convierte en una parte

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