Los engaños de la mente- S.L. Macknik.pdf?part=0
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convencidos <strong>de</strong> que hemos <strong>de</strong>cidido libre<strong>mente</strong>, sin condicionante alguno, pero no es cierto. [10]<br />
Si es verdad que nuestros actos están pre<strong>de</strong>terminados por <strong>la</strong> actividad neuronal previa que tiene<br />
lugar en nuestro cerebro inconsciente segundos antes <strong>de</strong> ser conscientes <strong>de</strong> nuestra <strong>de</strong>cisión, entonces<br />
<strong>la</strong> pregunta es si real<strong>mente</strong> somos libres para <strong>de</strong>cidir en todas <strong>la</strong>s cosas que hacemos. ¿Somos<br />
responsables <strong>de</strong> nuestros actos? En su libro La ilusión <strong>de</strong> <strong>la</strong> voluntad consciente (The Illusion of<br />
Conscious Free Will), el psicólogo <strong>de</strong> Harvard Daniel Wegner profundiza en estas cuestiones<br />
comparando <strong>la</strong> ilusión <strong>de</strong>l libre albedrío con <strong>la</strong> percepción <strong>de</strong> <strong>la</strong> magia. Según él, percibimos <strong>la</strong> magia<br />
cuando una secuencia causal aparente (<strong>la</strong> <strong>de</strong>l mago cortando a su ayudante con una sierra) eclipsa una<br />
secuencia causal real (<strong>la</strong> caja está trucada y <strong>la</strong> hoja <strong>de</strong> <strong>la</strong> sierra nunca toca a <strong>la</strong> mujer). Dejamos <strong>de</strong><br />
percibir lo que es real a pesar <strong>de</strong> que <strong>la</strong> secuencia aparente contradice el sentido común y, a<strong>de</strong>más,<br />
sabemos que es imposible.<br />
Wegner asegura que <strong>la</strong> percepción <strong>de</strong>l «yo» es tan mágica como el truco que acabamos <strong>de</strong><br />
mencionar: «Cuando nos miramos a nosotros mismos, percibimos una secuencia causal aparente tan<br />
sencil<strong>la</strong> como asombrosa —hemos pensado en algo y así ha sucedido—, mientras que <strong>la</strong> secuencia<br />
causal real que subyace en nuestra conducta es compleja, con múltiples hilos conductores y<br />
<strong>de</strong>sconocida para nosotros mientras tiene lugar».<br />
Wegner se pregunta cuánta gente <strong>de</strong>sarrol<strong>la</strong> esta sensación <strong>de</strong> magia, en lo que el filósofo Daniel<br />
Dennett <strong>de</strong>nomina «esa masa interna que concentra nuestro sentimiento <strong>de</strong> ser especiales». ¿Por qué<br />
experimentamos nuestros actos como fruto <strong>de</strong>l libre albedrío, como surgidos misteriosa<strong>mente</strong> <strong>de</strong><br />
nuestro propio «yo»? ¿Y por qué, también, nos resistimos a intentar explicar estos actos como<br />
secuencias causales reales, como sucesos que tienen lugar entre <strong>la</strong>s bambalinas <strong>de</strong> nuestra <strong>mente</strong>?<br />
Creemos que gozamos <strong>de</strong> libre albedrío porque tenemos pensamientos y <strong>de</strong>seos in<strong>de</strong>pendientes,<br />
ante los cuales nuestro cuerpo reacciona <strong>de</strong>l modo conveniente. Nuestros cerebros son verda<strong>de</strong>ras<br />
máquinas <strong>de</strong> corre<strong>la</strong>ción, tal como los magos no <strong>de</strong>jan <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrarnos una y otra vez con los sucesos<br />
causales imposibles que nos muestran. Dado que tenemos <strong>la</strong> capacidad <strong>de</strong> re<strong>la</strong>cionar <strong>la</strong> causa y el<br />
efecto, no hay ninguna presión evolutiva para <strong>de</strong>sarrol<strong>la</strong>r los itinerarios sensoriales necesarios para<br />
seguir el rastro <strong>de</strong> toda <strong>la</strong> información que fluye por nuestro cerebro. Recor<strong>de</strong>mos que nuestros<br />
recursos neuronales son limitados y que no po<strong>de</strong>mos prestar atención a todo lo que acontece en<br />
nuestro campo visual. Bien, pues esta limitación atencional sería mucho más <strong>de</strong>ficiente si hubiéramos<br />
<strong>de</strong> estar pendientes <strong>de</strong> cada proceso, por pequeño que sea, que tiene lugar en el cerebro. ¿Real<strong>mente</strong><br />
<strong>de</strong>beríamos saber hasta el menor <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> <strong>la</strong> información que <strong>la</strong>s neuronas <strong>de</strong> nuestra corteza<br />
prefrontal estuvieran enviando a <strong>la</strong> corteza motora primaria para po<strong>de</strong>r coger un vaso <strong>de</strong> agua? Nos<br />
basta con saber que, cuando tenemos sed, nuestro brazo se mueve con éxito para coger el vaso y<br />
llevarlo a <strong>la</strong> boca. Por eso nos convencemos <strong>de</strong> que es nuestra voluntad <strong>la</strong> que dirige <strong>la</strong> acción, ya que<br />
a nadie le hemos comunicado nuestras intenciones.<br />
Wegner diseñó un experimento para comprobar si podía conseguir que una persona experimentara<br />
un pensamiento consistente con un suceso que no fuese causado por el<strong>la</strong> y, a<strong>de</strong>más, convencer<strong>la</strong> <strong>de</strong><br />
que sí lo había causado.<br />
Volvamos atrás y pongámonos en <strong>la</strong> piel <strong>de</strong> un voluntario <strong>de</strong> este experimento. Se nos pi<strong>de</strong> que<br />
co<strong>la</strong>boremos en un estudio sobre <strong>la</strong>s influencias psicosomáticas en <strong>la</strong> salud, para lo cual nos toca<br />
<strong>de</strong>sempeñar el papel <strong>de</strong> curan<strong>de</strong>ro en una sesión <strong>de</strong> vudú que llevamos a cabo con otro participante, <strong>la</strong>