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Los engaños de la mente- S.L. Macknik.pdf?part=0

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Una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s mejores armas <strong>de</strong> que dispone un mago es el modo en que nuestra <strong>mente</strong> opera por<br />

medio <strong>de</strong> <strong>la</strong> predicción. Para compren<strong>de</strong>rlo, imaginemos qué «sabíamos» cuando éramos apenas un<br />

recién nacido. Éramos capaces <strong>de</strong> buscar un pezón y sacar <strong>la</strong> lengua, pero, aparte <strong>de</strong> eso, el mundo no<br />

constituía más que un telón <strong>de</strong> fondo lleno <strong>de</strong> sensaciones, sonidos e imágenes carentes <strong>de</strong> significado.<br />

Sentíamos <strong>la</strong> fuerza <strong>de</strong> <strong>la</strong> gravedad y distinguíamos el contraste entre <strong>la</strong> luz y <strong>la</strong> oscuridad, pero nada<br />

<strong>de</strong> eso tenía sentido. Ni siquiera teníamos consciencia <strong>de</strong> nuestro cuerpo. Franca<strong>mente</strong>, no éramos<br />

unos seres muy conscientes el día en que nacimos.<br />

Por suerte, los bebés y los niños salen rápida<strong>mente</strong> <strong>de</strong> este crepúsculo para crear <strong>la</strong>s<br />

representaciones <strong>de</strong>l mundo exterior, <strong>de</strong> sus cuerpos, <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más, <strong>de</strong> sus sentimientos y <strong>de</strong> sus<br />

emociones. Cada experiencia queda grabada en los circuitos neuronales <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sarrollo cerebral por<br />

medio <strong>de</strong> <strong>la</strong> «p<strong>la</strong>sticidad», que es <strong>la</strong> capacidad <strong>de</strong> nuestro cerebro <strong>de</strong> reorganizarse a sí mismo <strong>de</strong> por<br />

vida basándose en <strong>la</strong>s nuevas experiencias. De este modo, cada persona construye los mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong> sus<br />

expectativas a lo <strong>la</strong>rgo <strong>de</strong> su vida.<br />

A muy temprana edad, aprendimos que esos pies y esas manos que tanto nos gustaba llevarnos a <strong>la</strong><br />

boca nos pertenecían; nos enseñamos a nosotros mismos a rodar, a sentarnos, a gatear y a andar, hasta<br />

que los movimientos quedaron imp<strong>la</strong>ntados en <strong>la</strong>s áreas <strong>de</strong>l cerebro que los rigen. Luego supimos<br />

caminar, correr y —tras mucha práctica— hacer <strong>de</strong>porte sin necesidad <strong>de</strong> pensar ni p<strong>la</strong>nificar los<br />

movimientos necesarios para ello. Pero imaginemos ahora que estamos paseando por <strong>la</strong> calle, tan<br />

absortos mirando unos letreros que no nos damos cuenta <strong>de</strong> que tenemos <strong>de</strong><strong>la</strong>nte un bordillo <strong>de</strong> 15<br />

centímetros <strong>de</strong> altura. Nuestro cerebro anda tan distraído que cree que <strong>la</strong> acera es p<strong>la</strong>na cuando en<br />

realidad <strong>la</strong> calzada está 15 centímetros por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> el<strong>la</strong>. Daremos entonces un paso con <strong>la</strong> precisión<br />

requerida para <strong>la</strong> acera pero no para <strong>la</strong> calzada. ¿Qué suce<strong>de</strong>rá? ¡Sorpresa! Que nos torceremos el<br />

tobillo. Hemos sido incapaces <strong>de</strong> pre<strong>de</strong>cir algo tan habitual en un paseo <strong>de</strong> lo más normal por <strong>la</strong> calle.<br />

Siendo aún muy pequeños aprendimos también a reconocer caras y voces, y no tardamos en saber<br />

manipu<strong>la</strong>r a los adultos que cuidaban <strong>de</strong> nosotros para conseguir <strong>de</strong> ellos lo que queríamos. Si hemos<br />

tenido unos padres cariñosos, enseguida aprendimos que nuestro l<strong>la</strong>nto <strong>de</strong>spertaba más amor y<br />

atención. Si, en cambio, han sido inestables emocional<strong>mente</strong>, es probable que respondieran con<br />

indiferencia o con un castigo. Y si nuestros padres tenían sus días buenos y sus días malos (¿quién<br />

no?), aprendimos a sobrellevar esos altibajos. Y, lo que es más importante, aprendimos a saber qué<br />

esperar <strong>de</strong> una re<strong>la</strong>ción íntima mucho antes <strong>de</strong> que supiéramos hab<strong>la</strong>r.<br />

Nuestro aprendizaje <strong>de</strong>l hab<strong>la</strong> también surgió <strong>de</strong> <strong>la</strong> expectativa. <strong>Los</strong> niños pequeños extraen el<br />

significado <strong>de</strong> su primitivo lenguaje a partir <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong> sonidos silábicos y poco a poco empiezan<br />

a dominar el vocabu<strong>la</strong>rio y <strong>la</strong> sintaxis. Si, por ejemplo, oímos <strong>de</strong>cir «mi mamá me», nuestro cerebro<br />

pre<strong>de</strong>cirá <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra «mima» en una décima <strong>de</strong> segundo. Pero, si en lugar <strong>de</strong> eso lo que oímos es<br />

«rectifica», <strong>la</strong> predicción habrá fal<strong>la</strong>do y nos sorpren<strong>de</strong>remos.<br />

Este mismo principio es aplicable a <strong>la</strong> vista, al oído, al tacto y a toda nuestra cognición,<br />

incluyendo aquello en lo que creemos, que no es más que una construcción <strong>de</strong> <strong>la</strong>s predicciones que<br />

hemos aprendido. En otras pa<strong>la</strong>bras, <strong>la</strong> percepción no es un proceso <strong>de</strong> absorción pasiva sino <strong>de</strong><br />

construcción activa. Cuando vemos, oímos o sentimos algo, <strong>la</strong> información que recibimos es siempre<br />

fragmentaria y ambigua. Mientras se filtra en <strong>la</strong> jerarquía cortical, cada área, dotada <strong>de</strong> una serie <strong>de</strong><br />

funciones especializadas, analiza esa corriente <strong>de</strong> datos entrantes y se pregunta: ¿es esto lo que

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