Los engaños de la mente- S.L. Macknik.pdf?part=0
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su teléfono.<br />
Pero el asunto empezó a complicarse. El sujeto que <strong>de</strong>cía haber encontrado el col<strong>la</strong>r le dijo que<br />
llegaba tar<strong>de</strong> a una entrevista <strong>de</strong> trabajo y que no podía esperar a que su propietario llegara. ¿Qué<br />
podían hacer? «Oye, ¿por qué no te doy el col<strong>la</strong>r y nos repartimos el dinero <strong>de</strong> <strong>la</strong> recompensa?», le<br />
propuso. De pronto, Zak se sintió incapaz <strong>de</strong> razonar, preso <strong>de</strong> un irresistible ataque <strong>de</strong> codicia. «De<br />
acuerdo —contestó—. Usted me da el col<strong>la</strong>r y yo le doy los cien pavos que le correspon<strong>de</strong>n». Y<br />
cerraron el trato. Zak, que ganaba el sa<strong>la</strong>rio mínimo, no tenía cien dó<strong>la</strong>res, <strong>de</strong> modo que cogió el<br />
dinero <strong>de</strong> <strong>la</strong> caja registradora; sólo como un préstamo, por supuesto.<br />
No es difícil imaginar qué sucedió <strong>de</strong>spués. El hombre que había perdido el col<strong>la</strong>r jamás se<br />
presentó ni respondió a <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>madas <strong>de</strong> teléfono. Final<strong>mente</strong>, Zak l<strong>la</strong>mó a <strong>la</strong> policía, quien le aseguró<br />
que el col<strong>la</strong>r era una baratija <strong>de</strong> dos dó<strong>la</strong>res y que el número <strong>de</strong> teléfono al que había l<strong>la</strong>mado<br />
correspondía a una cabina <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores. Abatido, Zak no tuvo más remedio que confesárselo<br />
todo a su jefe y <strong>de</strong>volverle el dinero <strong>de</strong>scontándolo <strong>de</strong> su siguiente paga.<br />
Hoy en día, Zak es una autoridad en <strong>la</strong> neurobiología <strong>de</strong> <strong>la</strong> confianza y está interesado en averiguar<br />
por qué los timos como el <strong>de</strong> «<strong>la</strong> estampita» funcionan tan bien. Asimismo, se pregunta por qué <strong>la</strong><br />
gente suprime su capacidad <strong>de</strong> incredulidad en presencia <strong>de</strong> un mago.<br />
La respuesta quizá esté en <strong>la</strong> oxitocina, <strong>la</strong> hormona que se segrega durante el parto, <strong>la</strong> <strong>la</strong>ctancia,<br />
cuando recibimos reconocimiento social y cuando prestamos ayuda a los <strong>de</strong>más. Zak y sus colegas han<br />
llevado a cabo numerosos estudios en los que se <strong>de</strong>muestra que <strong>la</strong> oxitocina hace que nos sintamos<br />
extraordinaria<strong>mente</strong> bien al realizar un acto <strong>de</strong> cooperación. Cuando sentimos que alguien confía en<br />
nosotros, nuestro cerebro segrega oxitocina, y ésta provoca que correspondamos con nuestra<br />
confianza. Si inha<strong>la</strong>mos oxitocina en un experimento <strong>de</strong> <strong>la</strong>boratorio, nuestra generosidad con los<br />
extraños se dispara por <strong>la</strong>s nubes.<br />
Zak asegura que tanto los timadores como los magos son expertos en lograr que nuestro cerebro<br />
segregue oxitocina para ganarse nuestra confianza. Aunque para seducirnos recurren a diferentes<br />
técnicas y, por supuesto, tienen propósitos distintos.<br />
La c<strong>la</strong>ve <strong>de</strong>l timador, asegura Zak, no radica en que confiemos en él, si no en <strong>la</strong> confianza que él<br />
muestra hacia nosotros. El timador ejerce su oficio presentándose ante nosotros como alguien<br />
vulnerable, una persona frágil o necesitada <strong>de</strong> ayuda. Debido a <strong>la</strong> oxitocina y al efecto que ésta<br />
produce en otras partes <strong>de</strong>l cerebro, nos sentimos bien cuando ayudamos a los <strong>de</strong>más. La frase<br />
«necesito que me ayu<strong>de</strong>s» resulta un po<strong>de</strong>roso estímulo para ponerse en acción. Con respecto a <strong>la</strong><br />
estafa que hemos visto, el primer anzuelo que Zak se tragó fue su propio <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> ayudar a que aquel<br />
pobre tipo pudiera rega<strong>la</strong>rle el col<strong>la</strong>r a su esposa. El segundo anzuelo consistió en que el hombre que<br />
había encontrado el col<strong>la</strong>r quería <strong>de</strong>volverlo pero llegaba tar<strong>de</strong> a su entrevista <strong>de</strong> trabajo, <strong>de</strong> modo que<br />
también <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong> Zak que éste encontrara trabajo. En ese momento, los niveles <strong>de</strong> oxitocina <strong>de</strong> Zak<br />
estaban bastante disparados y le pedían que correspondiera a <strong>la</strong> confianza <strong>de</strong>positada en él, ayudando a<br />
aquel<strong>la</strong>s personas. Sólo entonces irrumpió <strong>la</strong> codicia. «Veamos —pensó Zak—. Puedo ayudar a los<br />
dos hombres, hacer feliz a una esposa y llevarme a<strong>de</strong>más cien pavos. ¡Buen negocio!». A<strong>de</strong><strong>la</strong>nte,<br />
aparta <strong>de</strong> tu <strong>mente</strong> cualquier sospecha y abre <strong>la</strong> caja registradora. <strong>Los</strong> timadores acostumbran trabajar<br />
mejor cuando surge un cómplice que se presenta como alguien inocente que sólo quiere ayudar. Al fin<br />
y al cabo, somos animales sociales y a menudo acabamos haciendo lo que los <strong>de</strong>más creen que