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excesos terribles <strong>de</strong>l periodo <strong>de</strong> la «Revolución Cultural» fue, <strong>de</strong> hecho, uno <strong>de</strong> los muchos<br />
resurgimientos inconscientes <strong>de</strong> la mentalidad confuciana, que, paradójicamente,<br />
impregnaba la subestructura psicológica <strong>de</strong>l maoísmo.)<br />
Pero lo más importante es que la educación confuciana era humanista y universalista.<br />
Como <strong>de</strong>cía el Maestro: «Un caballero no es una vasija» (o también: «Un caballero no es una<br />
herramienta»), queriendo <strong>de</strong>cir que su capacidad no tenía un límite específico, ni su utilidad<br />
una aplicación limitada. Lo importante no es la información técnica acumulada ni la profesionalidad<br />
especializada, sino el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la propia humanidad. La educación no tiene que<br />
ver con tener, sino con ser.<br />
<strong>Confucio</strong> rechazó con ru<strong>de</strong>za a un estudiante que le hizo una pregunta <strong>de</strong> agronomía:<br />
«¡Es mejor que preguntes a un viejo campesino!» Por esta razón, con frecuencia se ha<br />
afirmado actualmente que el confucianismo inhibió el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la ciencia y <strong>de</strong> la tecnología<br />
en China. Pero no existen fundamentos reales para dicha acusación. Simplemente, y<br />
en estos asuntos, los intereses <strong>de</strong> <strong>Confucio</strong> se centraron en la educación y en la cultura, y no<br />
en el entrenamiento y la técnica, que son temas completamente distintos, y es difícil llegar a<br />
saber cómo pue<strong>de</strong>n abordarse estos temas <strong>de</strong> una forma diferente, tanto en la época <strong>de</strong><br />
<strong>Confucio</strong> como en la nuestra. (El famoso concepto <strong>de</strong> C. P. Snow <strong>de</strong> las «Dos Culturas» se<br />
basó en una falacia fundamental: él ignoraba que, lo mismo que la misma humanidad, la<br />
cultura sólo pue<strong>de</strong> ser una por propia <strong>de</strong>finición. No dudo <strong>de</strong> que un científico pueda estar<br />
más cultivado que un filósofo, un latinista o un historiador —y probablemente <strong>de</strong>bería<br />
estarlo—, pero, si lo está, será porque lee filosofía, latín e historia en sus momentos <strong>de</strong> ocio).<br />
Los silencios <strong>de</strong> <strong>Confucio</strong><br />
En el corto ensayo que escribió sobre <strong>Confucio</strong>, Elías Canetti (al que cité anteriormente)<br />
resaltó algo que se le ha pasado por alto a la mayoría <strong>de</strong> los estudiosos 5 . Señaló que las<br />
<strong>Analectas</strong> constituyen una obra cuya importancia no resi<strong>de</strong> sólo en lo que dice, sino también<br />
en lo que no dice. Esta observación es iluminadora. Sin duda, las <strong>Analectas</strong> hace un<br />
señalado uso <strong>de</strong> lo no dicho, lo cual es también un recurso característico <strong>de</strong>l espíritu chino;<br />
más a<strong>de</strong>lante encontraría sus aplicaciones más expresivas en el campo estético: el uso <strong>de</strong><br />
los silencios en la música, el <strong>de</strong>l vacío en la pintura y en los espacios sin nada <strong>de</strong> la<br />
arquitectura.<br />
<strong>Confucio</strong> <strong>de</strong>sconfiaba <strong>de</strong> la elocuencia; <strong>de</strong>spreciaba a las personas muy habladoras y<br />
odiaba los juegos <strong>de</strong> palabra ingeniosos. Para él, parecía que la lengua afilada <strong>de</strong>bía reflejar<br />
una mente superficial; a medida que la reflexión se hace más profunda, se <strong>de</strong>sarrolla el<br />
silencio. <strong>Confucio</strong> advirtió que su discípulo favorito solía <strong>de</strong>cir tan poco que a veces los<br />
<strong>de</strong>más se habrían preguntado si no era necio. A otro discípulo que le había preguntado sobre<br />
la virtud suprema <strong>de</strong> la humanidad, <strong>Confucio</strong> le respondió <strong>de</strong> una forma típica: «Quien posee<br />
la suprema virtud <strong>de</strong> la humanidad es reticente a hablar.»<br />
Lo esencial está más allá <strong>de</strong> las palabras: todo lo que pue<strong>de</strong> ser dicho es superfluo. Por<br />
ello un discípulo señaló: «Po<strong>de</strong>mos oír y juntar las enseñanzas <strong>de</strong> nuestro Maestro en lo que<br />
respecta al conocimiento y la cultura, pero es imposible hacerle hablar sobre la naturaleza<br />
esencial <strong>de</strong> las cosas o sobre la voluntad <strong>de</strong>l Cielo» *. Este silencio no reflejaba indiferencia<br />
ni escepticismo respecto a la voluntad <strong>de</strong>l cielo. De hecho, conocemos muchos pasajes <strong>de</strong><br />
las <strong>Analectas</strong> que <strong>Confucio</strong> consi<strong>de</strong>ró como la guía suprema <strong>de</strong> su vida; pero él había<br />
suscrito la famosa conclusión <strong>de</strong> Wittgenstein: «De lo que uno no pue<strong>de</strong> hablar, es mejor<br />
callarse.» No negaba la realidad <strong>de</strong> lo que está más allá <strong>de</strong> las palabras, simplemente ponía