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partes. Un libro se beneficia <strong>de</strong>l paso <strong>de</strong>l tiempo. Todo pue<strong>de</strong> beneficiarlo. Incluso los malentendidos<br />
pue<strong>de</strong>n ayudar a un autor. Todo ayuda, incluso la ignorancia o el <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> los<br />
lectores. Después <strong>de</strong> haber leído un libro, se pue<strong>de</strong> retener una impresión inexacta <strong>de</strong>l<br />
mismo, pero esto significa que ha sido modificado en la memoria. A mí me suce<strong>de</strong> esto con<br />
frecuencia. ¡Caramba!, no sé si me atrevo a confesarlo, pero siempre que cito a<br />
Shakespeare, ¡me doy cuenta que lo he mejorado!»<br />
En cierto sentido (si se me permite utilizar una imagen trivial), la forma en que cada<br />
afirmación <strong>de</strong> un clásico pue<strong>de</strong> reunir los comentarios <strong>de</strong> la posteridad pue<strong>de</strong> compararse<br />
con las perchas <strong>de</strong> la pared <strong>de</strong> un vestidor. Los sucesivos usuarios <strong>de</strong>l vestidor llegan uno<br />
tras otro a colgar sus sombreros, abrigos, paraguas, bolsos o cualquier cosa; lo que cuelga<br />
aumenta <strong>de</strong> una forma pesada, colorida y diversificada, hasta que las perchas <strong>de</strong>saparecen<br />
totalmente bajo esa carga. Para el lector nativo, el clásico es intrincado y está abarrotado, es<br />
un lugar lleno <strong>de</strong> personas, voces, cosas y recuerdos que vibran con ecos. Para el lector<br />
extranjero, por el contrario, el clásico presenta a menudo el aspecto <strong>de</strong>samparado <strong>de</strong>l<br />
vestidor cuando todo el mundo se ha ido: una habitación vacía con simples filas <strong>de</strong> perchas<br />
solitarias en una pared <strong>de</strong>snuda, y esta extrema austeridad, esta simplicidad <strong>de</strong>sconcertante<br />
y severa es la causante, en parte, <strong>de</strong> la impresión paradójica <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>rnidad, que es la que<br />
probablemente tendrá.<br />
Las <strong>Analectas</strong> y los Evangelios<br />
Las <strong>Analectas</strong> constituyen el único texto en el que pue<strong>de</strong> encontrarse al <strong>Confucio</strong> real y<br />
vivo. En este sentido, las <strong>Analectas</strong> son a <strong>Confucio</strong> lo que los Evangelios son a Jesús. El<br />
texto, que consiste en una serie discontinua <strong>de</strong> afirmaciones breves, diálogos y anécdotas<br />
cortas, fue recopilado por dos generaciones sucesivas <strong>de</strong> discípulos (discípulos y discípulos<br />
<strong>de</strong> éstos), a lo largo <strong>de</strong> unos 75 años tras la muerte <strong>de</strong> <strong>Confucio</strong>, lo cual significa que la<br />
recopilación fue probablemente completada un poco antes, o alre<strong>de</strong>dor, <strong>de</strong>l año 400 a. <strong>de</strong> C.<br />
El texto es como un edredón multicolor hecho <strong>de</strong> piezas: son fragmentos que han sido<br />
cosidos juntos por diferentes manos, con una habilidad <strong>de</strong>sigual, por lo que a veces existen<br />
algunas repeticiones, interpolaciones y contradicciones; hay algunos enigmas e<br />
innumerables grietas; pero en conjunto, se dan muy pocos anacronismos estilísticos: el<br />
lenguaje y la sintaxis <strong>de</strong> la mayoría <strong>de</strong> los fragmentos son coherentes y pertenecen al mismo<br />
periodo 1 .<br />
En un punto esencial, la comparación con los Evangelios es especialmente<br />
esclarecedora. Los problemas que presentan los mismos textos han llevado a algunos<br />
investigadores contemporáneos a cuestionar su credibilidad, e incluso a dudar <strong>de</strong> la<br />
existencia histórica <strong>de</strong> Cristo. Estos estudios han provocado recientemente una curiosa<br />
reacción, sobre todo, por proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> alguien inesperado: Julien Gracq —viejo y prestigioso<br />
novelista que estuvo muy cercano al movimiento surrealista—, hizo un comentario <strong>de</strong> lo más<br />
sorpren<strong>de</strong>nte por proce<strong>de</strong>r <strong>de</strong> un agnóstico. En una reciente obra <strong>de</strong> ensayos 2 , Gracq<br />
reconocía en primer lugar el impresionante conocimiento <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> estos investigadores (a<br />
cuyas conferencias había acudido en su juventud), así como la <strong>de</strong>vastadora lógica <strong>de</strong> su<br />
razonamiento; pero confesaba que, al final, él seguía con la misma objeción esencial: a pesar<br />
<strong>de</strong> toda su formidable erudición, el estudioso en cuestión sencillamente «no tenía oídos», no<br />
podía oír lo que era tan obvio para cualquier lector sensible: el hecho <strong>de</strong> que subyace a todos<br />
los textos <strong>de</strong> los Evangelios una po<strong>de</strong>rosa unidad <strong>de</strong> estilo <strong>de</strong> gran maestría, que proce<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />
una voz única e inimitable; existe la presencia <strong>de</strong> una personalidad singular y excepcional,