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<strong>de</strong> la carne». En otras muchas partes afirmaba que ese amor y éxtasis eran formas<br />
superiores <strong>de</strong>l conocimiento. En diversas ocasiones podía también incomodar y sobresaltar a<br />
su entorno. Cuando su querido discípulo Yan Hui murió prematuramente, <strong>Confucio</strong> quedó<br />
<strong>de</strong>strozado; su duelo fue salvaje, gritaba con una violencia que sorprendía a las personas<br />
que lo ro<strong>de</strong>aban; éstas lo criticaron afirmando que una reacción tan excesiva no era<br />
apropiada para un sabio, y la crítica fue rechazada por <strong>Confucio</strong> con indignación.<br />
En contraste con la imagen i<strong>de</strong>alizada <strong>de</strong>l erudito tradicional, frágil y <strong>de</strong>licado, que vive en<br />
medio <strong>de</strong> libros, las <strong>Analectas</strong> muestran que <strong>Confucio</strong> era aficionado a las activida<strong>de</strong>s<br />
externas: era un consumado <strong>de</strong>portista, experto en el manejo <strong>de</strong> caballos, practicaba el tiro<br />
con arco y era aficionado a la caza y a la pesca. Era también un audaz e incansable viajero<br />
en una época en la que los viajes eran una aventura difícil y arriesgada; constantemente se<br />
<strong>de</strong>splazaba <strong>de</strong> un país a otro (la China preimperial era un mosaico <strong>de</strong> estados autónomos,<br />
en los que se hablaban dialectos diferentes, aunque compartían una cultura común; situación<br />
comparable <strong>de</strong> algún modo con la <strong>de</strong> la Europa <strong>de</strong> la Edad Mo<strong>de</strong>rna). A veces, se vio<br />
sometido a gran<strong>de</strong>s peligros físicos, y escapó por poco a emboscadas preparadas por sus<br />
enemigos políticos. En cierta ocasión, <strong>de</strong>sesperado por su falta <strong>de</strong> éxito en el intento <strong>de</strong><br />
transformar el mundo civilizado conforme a sus principios, contempló la posibilidad <strong>de</strong><br />
marcharse y establecerse entre los bárbaros. En otra ocasión, barajó la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> navegar mar<br />
a<strong>de</strong>ntro en una balsa, tal como se solía hacer en su época en los viajes oceánicos. (Por<br />
cierto, este osado plan les resultaría infinitamente incomprensible a los eruditos menos<br />
aventurados <strong>de</strong> las épocas posteriores).<br />
<strong>Confucio</strong> fue un hombre <strong>de</strong> acción —audaz y heroico—, pero también fue esencialmente<br />
una figura trágica. Y esto no ha sido tal vez suficientemente percibido.<br />
El error fundamental que se ha <strong>de</strong>sarrollado con respecto a <strong>Confucio</strong> se resume en la<br />
etiqueta con la que la China imperial empezó a venerarlo y, al mismo tiempo, a neutralizar el<br />
potencial originalmente subversivo que contenía su mensaje político. Durante 2.000 años,<br />
<strong>Confucio</strong> fue canonizado como el Primer Maestro Supremo (su fecha <strong>de</strong> nacimiento —28 <strong>de</strong><br />
septiembre— todavía se celebra en China como el Día <strong>de</strong> los Maestros). Esta es una cruel<br />
ironía. Por supuesto, <strong>Confucio</strong> <strong>de</strong>dicó mucha atención a la educación, pero nunca consi<strong>de</strong>ró<br />
que la enseñanza fuera su primera y verda<strong>de</strong>ra vocación. Su verda<strong>de</strong>ra vocación fue la<br />
política, y durante toda su vida conservó una fe mística en su misión política.<br />
<strong>Confucio</strong> vivió en una época <strong>de</strong> transición histórica, en una época <strong>de</strong> aguda crisis<br />
cultural. En un aspecto fundamental, existe una cierta similitud entre su época y la nuestra: él<br />
estaba siendo testigo <strong>de</strong>l colapso <strong>de</strong> una civilización, veía cómo se hundía su mundo en la<br />
violencia y en la barbarie. Quinientos años antes se había establecido un or<strong>de</strong>n feudal<br />
universal que había unificado todo el mundo civilizado. Esa había sido la hazaña <strong>de</strong> unos <strong>de</strong><br />
los mayores héroes culturales <strong>de</strong> China, el Duque <strong>de</strong> Zhou. Pero en los tiempos <strong>de</strong> <strong>Confucio</strong>,<br />
la tradición Zhou ya no era operativa, y el mundo Zhou se estaba <strong>de</strong>smoronando. <strong>Confucio</strong><br />
creía que el Cielo lo había escogido para convertirse en el here<strong>de</strong>ro espiritual <strong>de</strong>l Duque <strong>de</strong><br />
Zhou, y que era 61 quien <strong>de</strong>bía revivir su gran proyecto, restaurando el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l mundo<br />
basándose una nueva ética y salvando a toda la civilización.<br />
Las <strong>Analectas</strong> están impregnadas <strong>de</strong> la inquebrantable creencia que <strong>Confucio</strong> tenía en su<br />
misión celestial. Constantemente se preparaba para ella y, <strong>de</strong> hecho, el reclutamiento y<br />
formación <strong>de</strong> sus discípulos formaban parte <strong>de</strong> su plan político. Pasó prácticamente toda su<br />
vida viajando <strong>de</strong> un estado a otro, con la esperanza <strong>de</strong> encontrar a un gobernante ilustrado<br />
que le diera por fin una oportunidad y lo emplease a él y a su equipo: que le confiase un<br />
territorio, aunque fuera pequeño, en el que pudiera establecer un mo<strong>de</strong>lo <strong>de</strong> gobierno. Pero