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rojo y negro - Dirección General de Bibliotecas

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12 2 ROJO Y NEGRO<br />

con mi mujer, pensaba, me conozco, y sé que en alguna ocasión <strong>de</strong><br />

aquellas en que me impacienta, le reprocharía su falta; ell a es orgullosa,<br />

nos disgustaríamos y todo esto suce<strong>de</strong>rá antes <strong>de</strong> que here<strong>de</strong><br />

<strong>de</strong> su tía. I Cómo se burlarían <strong>de</strong> mí entonces! Mi mujer quiere a sus<br />

hijos, y todo acabará por ser <strong>de</strong> ellos, pero yo sería la comidilla <strong>de</strong><br />

Verrieres. I Cómo! dirían, i no ha sabido ni aún vengarse <strong>de</strong> sumujer !<br />

¿ No sería mej or contentarme con las sospech as y no mezcla rme<br />

en nada más ? P ero en ese caso, me ato las manos y en el porvenir<br />

no podré reprocha rle nada. »<br />

A los pocos minutos el señor Renal, a quien su orgull o herido<br />

molestaba, recordaba con esfuerzo los medios citados en el billa r<br />

<strong>de</strong>l Casino O Círculo <strong>de</strong> N ob/es, <strong>de</strong> Verrieres, cuando algún discurseador<br />

interrumpe la partida para reir a costa <strong>de</strong> un marido burlado. I Qué<br />

crueles le parecían en aquel momento aquellas bromas I<br />

¿ Por qué mi mujer no estará muerta ? En ese caso yo sería invulnerable<br />

por el ridiculo. ¿ Por qué no seré viudo? Iría a pasar seis<br />

meses a París, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> la mejor sociedad. »<br />

Después <strong>de</strong> aquel momento <strong>de</strong> felicidad conseguido en su imaginación<br />

a cost a <strong>de</strong> la v iu<strong>de</strong>z, volvió a pensar en los medios <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir<br />

la verdad. A media noche, cuando todo el mundo estuviese durmiendo,<br />

esparcirla una leve capa <strong>de</strong> tierra <strong>de</strong>la nte <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> la habitación<br />

<strong>de</strong> Julián, y por la mañana, al a manecer. vería las huellas <strong>de</strong> sus<br />

pasos.<br />

» Pero ese medio es m alo, exclamó en seguida encolerizado ; esa<br />

maldita E lisa lo advertirla y se sabría enseguida en t oda la casa que<br />

est oy celoso. »<br />

En otro cuento referido en el Casino, un m arido se enteró <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>shonra pegando con un poco <strong>de</strong> cera un cabello a la puerta <strong>de</strong> la<br />

habitación <strong>de</strong> su mujer y otro en la <strong>de</strong>l dormitorio <strong>de</strong> su amante.<br />

Después <strong>de</strong> muchas horas <strong>de</strong> cavilaciones, le pareció este el mejor<br />

procedimiento, y se prometió ponerlo en práctica. En el mismo inst<br />

ante encontró en la revuelta <strong>de</strong> una avenida, a la mujer que hubiera<br />

querido ver muerta.<br />

H abía ido a oir misa en la iglesia <strong>de</strong> Vergy. Una tradición muy<br />

dudosa para la inteligencia <strong>de</strong>l frío fil ósofo, pero a la cual ella daba<br />

crédito, suponía que la pequeña iglesia don<strong>de</strong> oficían en nuestros<br />

días, era en ot ros tiempos, la capilla <strong>de</strong>l castillo <strong>de</strong>l señor <strong>de</strong> Vergy.<br />

Esa i<strong>de</strong>a obsesionó a la señora Rena l durante t odo el tiempo que<br />

permaneció en la iglesia, porque constantemente veía a su ma rido

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