rojo y negro - Dirección General de Bibliotecas
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ROJO Y NEGRO<br />
Al pronunciar las palabras tan bien nacidos (una <strong>de</strong> esas frases<br />
aristocráticas que Julián había aprendido hacía poco), se animó <strong>de</strong><br />
un profundo sentimiento <strong>de</strong> antipatía. « A los ojos <strong>de</strong> esta mujer,<br />
pensó, yo no soy bien nacido. »<br />
La señora R enal, al escucharlo, admiraba su genio, su belleza;<br />
tenía el corazón <strong>de</strong>strozado, ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que Julián, como lo<br />
hacía entrever . pudiera marcharse; todos sus amigos <strong>de</strong> Verrieres.<br />
que durante la ausencia <strong>de</strong>l joven habían venido a cenar a Vergy,<br />
le daban la enhorabuena por el hombre asombroso que su marido<br />
habia tenido la suerte <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir. Y no era porque hubieran adivinado<br />
los progresos que relizaban los niños; el hecho <strong>de</strong> saber <strong>de</strong> memoria<br />
la Biblia, y en latín, había <strong>de</strong>spertado en ellos una admiración que<br />
durará tal vez un siglo, en Verrieres.<br />
Como Julián no hablaba con nadie. ignoraba esto. Si ella hubiese<br />
t enido un poco <strong>de</strong> calma, le hubiera felicitado por la fama que ha <br />
bía conquistado, y el orgullo <strong>de</strong> Julián, tranquilizado ya, le hubiera<br />
hecho amable y cariñoso para ella, tanto más que el vestido nuevo<br />
le parecía encantador. Ella, t a mbién contenta <strong>de</strong> su traje y <strong>de</strong> lo<br />
que Julián había dicho <strong>de</strong> él, se <strong>de</strong>cidió a dar un paseo por el jardín ;<br />
muy pronto <strong>de</strong>claró que no podía andar y cogió el brazo <strong>de</strong> Julián, cuyo<br />
contacto le quitó fuerzas en vez <strong>de</strong> sostenerla.<br />
Era ya <strong>de</strong> noche. Apenas sentados, usando Julián <strong>de</strong> su antiguo<br />
privilegio, se atrevió a acercar sus labios al hermoso brazo y tomó la<br />
mano <strong>de</strong> la dama.<br />
Pensaba en el atrevimiento que F ouqué ha bía usado con sus amadas<br />
y no en la señora Renal. Las palabras bien nacidos pesaban aun<br />
sobre su corazón. Apretaron su mano, cosa que no le proporcionó<br />
placer alguno. En vez <strong>de</strong> sentirse orgulloso, o al menos agra<strong>de</strong>cido<br />
por el sentimiento que la señora <strong>de</strong> Renal <strong>de</strong>jaba compren<strong>de</strong>r por<br />
mil señales evi<strong>de</strong>ntes, su hermosura, su elegancia le encontraron casi<br />
insensible. La pureza <strong>de</strong>l alma, la ausencia <strong>de</strong> toda clase <strong>de</strong> odios.<br />
prolongan indiscutiblemente la juventud. Es la cara lo que primeramente<br />
envejece en casi todas las mujeres bonitas<br />
Julián estuvo hosco toda la noche. Entregado por completo a sus<br />
pensamientos, aunque <strong>de</strong> vez en cuando <strong>de</strong>cía algunas palabras a las<br />
dos amigas. Julián terminó, sin darse cuenta, por abandonar la mano<br />
que tenia cogida. Esta acción trastornó el alma <strong>de</strong> la pobre mujer, que<br />
vió en ella la manifestación <strong>de</strong> su <strong>de</strong>stino.<br />
Si hubiera estado segura <strong>de</strong>l cariño <strong>de</strong> Julián, su virtud hubiera,