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rojo y negro - Dirección General de Bibliotecas

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R OJO Y NEGRO<br />

Julián vió los hombros d e la señora que ca fa <strong>de</strong> espaldas. U n collar<br />

<strong>de</strong> gruesas perlas: finísimas, m uy fa milia r para él , lla mó s u atención .<br />

i Era ella, la señora Rena l I La q ue procuraba sostenerle la cabeza<br />

e impedir que cayera <strong>de</strong>l todo, era la señora Derville. Juliá n, loco,<br />

a vanzó. La caída <strong>de</strong> la señora Rena l hubiera ocasiona do t ambién<br />

la <strong>de</strong> su a miga con toda segurida d , si Juliá n no las hubiera sostenido<br />

a a mbas. Vió la cabeza <strong>de</strong> la señora R enal pálida, absolutamente<br />

privada d e conocimiento, caída sobre los hombros. Ayudó a la señora<br />

Derville a colocar aquella encantadora cabeza sobre el respaldo <strong>de</strong><br />

"na silla. E l estaba arrodilla do .<br />

La señora Dervü1e se volvió y le reconoció.<br />

- Huya usted caballero, huya u sted , le dijo con el acento <strong>de</strong> la<br />

más viva cólera . Sobre tod o que ella no le vea <strong>de</strong> n uevo. La vist a <strong>de</strong><br />

usted ha d e causarle h orror. i E ra tan dichosa a ntes I i El proce<strong>de</strong>r<br />

<strong>de</strong> usted ha sido a troz! Huya usted, aléjese, si aun le queda un resto<br />

<strong>de</strong> pudor.<br />

Fueron pronuncia das aquellas palabras con tanta a utorida d , y<br />

Julián se encontra ba t a n débil en aquellos momentos que obe<strong>de</strong>ció<br />

y se alejó. " i Siempre me La odiado! " dij o pensando en la señora<br />

Derville.<br />

Al mism o tiempo el canto <strong>de</strong> los primeros sacerdotes <strong>de</strong> la procesión<br />

resonó en la iglesia. E st a b a ent ra ndo. E l abate Chas-Bernard, lla mó<br />

repetidas veces a Juliá n q uien , al principio no le oyó. Vino, a l cabo,<br />

hasta él, y le sacó, cogiéndole <strong>de</strong> un brazo, <strong>de</strong> <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l pilar en<br />

don<strong>de</strong>, medio muerto, se h abía refu gia do el joven . Q uería presenta rlo<br />

.al obispo.<br />

- Se encuentra usted m al, hijo mío, le dijo el a bate viéndolo ta n<br />

pálido y casi imposibilitado para a nda r. Ha traba ja do <strong>de</strong>masiado.<br />

El sacerdot e le dió el bra zo. Venga: siéntese sobre ese banco, <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> mi : yo le ocultaré.<br />

En aquel m omento est a ba n alejados d e la puerta principal.<br />

- Tra nq uilícese, continuó; a ún disponem os <strong>de</strong> veinte minutos<br />

largos antes <strong>de</strong> q ue Monseñor entre. P rocure serenarse. Cua ndo el<br />

obispo pase, yo lo levantar é a usted por q ue soy fuerte, y vigoroso<br />

a pesar d e mi edad .<br />

Pero cua ndo el obispo p asó, Julián temblaba <strong>de</strong> tal manera , que<br />

el a bate renunció a la presentación <strong>de</strong>l joven.<br />

- No se a flij a much o, le dijo; ya encontra ré otra ocasión.<br />

Por la noche, hizo llevar a la capilla <strong>de</strong>l Seminario diez li bras <strong>de</strong>

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