rojo y negro - Dirección General de Bibliotecas
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88 ROJO Y NEGRO<br />
¿ Es que ya no me ama? pensó I Ay ! soy muy vieja para él ; tengo<br />
diez años más <strong>de</strong> edad.<br />
Al t erminar la comida, en el trayecto <strong>de</strong>l comedor al salón, estrechó<br />
entre las suyas las manos <strong>de</strong> J ulián, quien sorprendido <strong>de</strong> t an extraordinaria<br />
prueba <strong>de</strong> amor, la miró apasionadamente. E sta mirada<br />
consoló a la señora R enal, y aunque no le quitó todas sus preocupaciones,<br />
las que quedaron sirvieron para quitarle los remordimient os<br />
acerca <strong>de</strong> su marido.<br />
Durante el almuerzo ese marido no había advertido nada; no así<br />
la señora Derville, que creyó a su amiga a punto <strong>de</strong> sucumbir. Durante<br />
todo el día, su amistad atrevida e insinuante no le perdonó las alusiones<br />
<strong>de</strong>stinadas a <strong>de</strong>scribirle, bajo los más t erribles aspectos, el<br />
peligro que corría.<br />
La señora Renal ardía en impaciencia por encontrarse sola con<br />
Julián; quería preguntarle si aun la amaba. A pesar <strong>de</strong> la inalterable<br />
dulzura <strong>de</strong> su carácter, estuvo a punto varias veces <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir<br />
a su amiga que <strong>de</strong>jase <strong>de</strong> importunarla.<br />
Por la noche, en el jardín, la señora Derville arregló tan bien las<br />
cosas que se encontró se atada entre Julián y su amiga. Esta, que<br />
se había forjado una i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>liciosa <strong>de</strong>l placer <strong>de</strong> estrechar la mano<br />
<strong>de</strong> Julián, <strong>de</strong> llevarla a sus labios, no pudo ni aun dirigirle la palabra .<br />
Ese contratiempo aumentó su agitación. Se sentía <strong>de</strong>vorada por<br />
un remordimiento; había reñido tanto a Julián la noche anterior, por<br />
la impru<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> entrar en su cuarto, que temía no verlo aquella<br />
noche. Dejó muy temprano el jardín, y fué a refugiarse en su alcoba,<br />
pero no pudiendo contener su impaciencia, fu é a la puerta <strong>de</strong>l dormitorio<br />
<strong>de</strong> Julián, a la cual aplicó el oído. A pesar d e la incertidumbre y<br />
<strong>de</strong> la pasión que le <strong>de</strong>voraban, no se atrevió a entrar. Esta acción<br />
le parecía la última <strong>de</strong> las bajezas.<br />
Los criados no estaban recogidos y la pru<strong>de</strong>ncia le obligó por<br />
fin a encerrarse <strong>de</strong> nuevo en su dormitoriQ. Las dos horas que tuvo<br />
que pasar esperando, fueron dos siglos <strong>de</strong> tormento para ella.<br />
Pero Julián era <strong>de</strong>masiado fiel a lo que el llamaba el <strong>de</strong>ber, para<br />
<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ceñirse en su ejecución, punto por punto, a todo lo que él se<br />
había presorito.<br />
Al dar la una, salió silenciosamente <strong>de</strong> su habitación, se aseguró<br />
<strong>de</strong> que el dueño <strong>de</strong> la casa dormía, y entró en la <strong>de</strong> la señora Renal.<br />
Aquella noche encontró mayor felicidad, porque pensó menos en<br />
<strong>de</strong>sempeñar e1 papel que se había impuesto. Tuvo ojos para ver y