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rojo y negro - Dirección General de Bibliotecas

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126 ROJO Y NEGRO<br />

- Me guardaré muy bien <strong>de</strong> hacerlo, le respondió su mujer con<br />

dulzura rayana en el abandono. Se las ensei'iaré algún día, cuando<br />

esté usted más tranquilo.<br />

- i Ahora mismo! exclamó el señor Renal ébrio <strong>de</strong> cólera, y sin embargo<br />

más feliz que durante las doce últimas horas.<br />

- ¿ Me jura usted no tener nunca un disgusto con el director<br />

<strong>de</strong>l Asilo, a propósito <strong>de</strong> esas cartas ?<br />

- Con disgusto o sin él puedo quitarle la administración <strong>de</strong> los<br />

niños abandonados. Pero, continuó enfurecido, quiero ver esas cartas<br />

inmediatamente. ¿ Dón<strong>de</strong> están?<br />

- En un cajón <strong>de</strong> mi secreter, pero a buen seguro no le daré la<br />

llave.<br />

- Yo sabré romperlo, dijo dirigiéndose a la habitación <strong>de</strong> su mujer.<br />

Rompió en efecto, valiéndose <strong>de</strong> una palanca <strong>de</strong> hierro, el cajón <strong>de</strong><br />

un precioso secreter <strong>de</strong> caoba, traído <strong>de</strong> París, que él limpiaba a<br />

menudo con el faldon <strong>de</strong> su levita, cuando creía ver en él alguna<br />

mancha.<br />

La señora Renal había subido, corriendo, los ciento veinte escalones<br />

que conducían al palomar, y ató su pañuelo blanco a uno <strong>de</strong> los barrotes<br />

<strong>de</strong> la ventana. Era en aquel momento la más feliz <strong>de</strong> las mujeres. Con<br />

lágrimas en los ojos, miraba hacia los espesos bosques <strong>de</strong> la montaña;<br />

sin duda se <strong>de</strong>cía, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> esos gigantescos árboles,<br />

Julián espía este mensajero <strong>de</strong> felicidad. Durante algún tiempo,<br />

procuró oir algo, maldijo el canto <strong>de</strong> las cigarras y <strong>de</strong> los pájáros,<br />

que impedían oir el grito <strong>de</strong> alegría, que, <strong>de</strong>bía salir <strong>de</strong><br />

aquella inmensa pendiente <strong>de</strong> verdura sombría y lisa como una pra<strong>de</strong>ra,<br />

que forman las copas <strong>de</strong> los árboles. " ¿ Cómo no se le ocurre<br />

inventar cualquier señal que me haga ver que su dicha es igual a la<br />

mía ? No bajó <strong>de</strong>l palomar hasta que tuvo miedo <strong>de</strong> que su marido<br />

viniera a buscarla allí.<br />

Lo encontró furioso. Leía las anodinas frases <strong>de</strong>l señor Valenod,<br />

poco acostumbradas a ser leídas con tanta atención.<br />

Aprovechando un momento durante el cual las exclamaciones <strong>de</strong><br />

su marido le <strong>de</strong>jaban la posibilidad <strong>de</strong> hacerse oir, dijo:<br />

- Vuelvo siempre a mi primera i<strong>de</strong>a. Conviene que Julián emprenda<br />

un viaje. Por mucho talento que tenga para enseñar latín,<br />

no por eso <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser un campesino tosco y sin tacto. Todos los días,<br />

dándoselas <strong>de</strong> discreto me dirige cumplidos exagerados y <strong>de</strong> mal<br />

gusto, que apren<strong>de</strong> <strong>de</strong> memoria en las novelas.

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