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GEORGE: Te diré por qué. Aquella no fue la primera visita que nos hizo la policía.<br />
Hace siete años tuvimos una repentina y fuerte tormenta de nieve. Yo iba conduciendo<br />
el coche y aun cuando no estaba lejos de casa, me perdí varias veces. Pregunté el<br />
camino a un montón de gente. Una era una niña, una chica joven. Pocos días después, la<br />
policía se presentó en casa. Yo no estaba, pero hablaron con Gertrude. Le dijeron que,<br />
durante la última nevada, un hombre que respondía a mi descripción y que conducía un<br />
Buick con mi matrícula, bajó del coche y se exhibió delante de ella. Diciéndole palabras<br />
lascivas. La chica dijo que había copiado el número de matrícula en la nieve, bajo un<br />
árbol, pero cuando la tormenta cesó, era indescifrable. Indudablemente, se trataba de mi<br />
número de matrícula, pero la historia no era cierta. Convencí a Gertrude, y también a la<br />
policía, de que la chica mentía o se había confundido respecto a la matrícula. Pero luego<br />
la policía se presentó por segunda vez. Acerca de otra jovencita. Y de ese modo mi<br />
mujer se queda en su habitación. Pintando. Porque no me cree. Cree que la chica que<br />
escribió el número en la nieve dijo la verdad. Sí. Soy inocente. Ante Dios, sobre las<br />
cabezas de mis hijos, juro que soy inocente. Pero mi mujer cierra su puerta y mira por la<br />
ventana. No me cree. ¿Y tú<br />
(George se quitó las gafas oscuras y las limpió con una servilleta.<br />
Entonces entendí por qué las llevaba. No era por la esclerótica<br />
amarillenta, tallada con rojas e hinchadas venas, sino porque sus ojos<br />
eran como un par de prismas hechos pedazos Nunca he visto un dolor,<br />
un sufrimiento implantado de modo tan permanente, como si un<br />
descuido del cuchillo del cirujano lo hubiera desfigurado <strong>para</strong><br />
siempre. Era insoportable, y mientras me miraba fijamente, mis ojos<br />
se apartaron temerosos.)<br />
¿Tú me crees<br />
TC: (inclinándose a lo largo de la mesa y cogiendo su mano, apretándosela como si<br />
fuera a salvarle la vida): Claro que sí, George. Claro que te creo.