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NANCY QUINN: ¿Nunca Qué gracioso. No conozco a nadie que no haya estado en<br />
Appleton.<br />
TC: ¿Me he perdido algo<br />
NANCY QUINN: Bueno, es muy lindo. Nosotros vivíamos allí antes. Pero me gusta<br />
más vivir aquí. Se puede andar sola y hacer lo que una quiere. Pescar. Matar coyotes.<br />
Papá me dijo que me daría un dólar por cada coyote que matara, pero después de<br />
pagarme más de doscientos dólares, lo ha rebajado a diez centavos. Bueno, no necesito<br />
dinero. No soy como mis hermanas, No hacen más que mirarse al espejo. Tengo tres<br />
hermanas, y le diré que no son felices aquí. No les gustan los caballos. Odian todo. No<br />
piensan más que en muchachos. Cuando vivíamos en Appleton, no veíamos muy<br />
seguido a papá. No más que una vez por semana. Se ponían perfume y se pintaban la<br />
boca, y tenían muchos novios. Mi mamá no decía nada. Le gusta arreglarse y parecer<br />
bonita. Pero mi papá es muy estricto. No quiere que tengan novios. Ni que se pinten la<br />
boca.<br />
Una vez algunos amigos vinieron de Appleton, y mi papá los esperó en la puerta<br />
con una escopeta. Les dijo que la próxima vez que los vea en su propiedad les hará<br />
saltar la cabeza de un tiro. ¡Cómo dis<strong>para</strong>ron esos tipos! Las chicas se enfermaron de<br />
tanto llorar. A mí me causó mucha gracia. ¿Ve esa bifurcación en el camino Pare allí.<br />
(Detuve el auto. Los dos nos bajamos. La jovencita señaló un claro entre los<br />
árboles: un sendero oscuro, cubierto de hojas, que bajaba.) Vaya por allí.<br />
TC (de repente, con miedo de estar solo): ¿No vienes conmigo<br />
NANCY QUINN: Mi padre no quiere nadie cerca cuando habla de negocios.<br />
TC: Bueno, gracias de nuevo.<br />
NANCY QUINN: ¡El placer fue mío! Se alejó, silbando.<br />
En partes, las ramas eran tan bajas que tenía que doblarlas, y protegerme la cara del<br />
roce de las hojas. Los pantalones se me enredaban en las zarzas y extrañas espinas. Por<br />
encima de los árboles se oía el graznido de los cuervos. Vi un búho. Es extraño ver un<br />
búho a la luz del día. Parpadeó, pero no se movió. En un momento dado casi tropiezo<br />
con un avispero: en un hueco del tronco de un árbol había un hervidero de avispas<br />
negras. Todo el tiempo oía el río, como un lento y suave rugido. De repente, en un<br />
recodo del sendero, lo vi. Vi a Quinn, también.<br />
Tenía puesto un traje de goma, y sostenía en alto una flexible caña de pescar, como<br />
si fuera la varita de un director de orquesta. Estaba metido en el agua hasta la cintura. Se<br />
veía su cabeza, sin sombrero, de perfil. Su pelo ya no tenía vetas grises, sino que era<br />
totalmente blanco, como la espuma del agua que rodeaba su cintura. Tuve ganas de dar<br />
media vuelta y echar a correr, pues la escena era tan parecida a esa otra, le hacía mucho<br />
tiempo, cuando el doble de Quinn, el reverendo Billy Joe Snow, me esperaba, metido en<br />
el agua hasta la cintura. De repente oí mi nombre: era Quinn que me llamaba,<br />
haciéndome señas mientras vadeaba en dirección a la orilla, pensé en los toros jóvenes<br />
que había visto pavonearse en los pastos dorados. Quinn, resplandeciente en su traje de<br />
goma, me hacia acordar a ellos: vital, poderoso, peligros. Con excepción del pelo<br />
blanco, no había envejecido ni un ápice. En realidad, parecía varios años más joven, un<br />
hombre de cincuenta años perfectamente saludable.<br />
Sonriendo, se puso en cuclillas sobre una roca, y me indicó que me acercara. Me<br />
enseñó las truchas que había pescado:<br />
—No muy grandes, pero son sabrosas.<br />
Nombré a Nancy. Sonrió y dijo:<br />
—Nancy. Oh, sí. Es una buena chica. —No agregó nada. No se refirió a la muerte<br />
de su mujer, ni al hecho de que se había vuelto a casar: pensaba que estaba al tanto de la<br />
historia reciente—. Me sorprendió que me llamara.