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Musica para camaleones

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TC: Y han vivido ahí durante más de veinte años. Es una lástima que no sean<br />

buenas amigas, se gustan la una a la otra. Ambas tienen persuasión y sentido del humor,<br />

pero sólo se han intercambiado palabras graciosas en passant, y nada más. Hace unas<br />

semanas, D. D. se metió en el ascensor y se encontró sola con Greta Garbo. D. D. iba<br />

vestida en la sorprendente forma en que acostumbra, y Garbo, como si nunca la hubiera<br />

observado en realidad, dijo: «¡Vaya, señora Ryan! Está usted preciosa.» Y D. D.,<br />

divertida, pero realmente emocionada, contestó: «Mira quién fue a hablar.»<br />

TC: ¿Eso es todo<br />

TC: C'est tout.<br />

TC: Me parece un poco absurdo.<br />

TC: Mira, olvídalo. No tiene importancia. Vamos a dar la luz y a sacar pluma y<br />

papel. Empezaremos ese artículo <strong>para</strong> la revista. No tiene sentido quedarse aquí<br />

tumbado charlando con un zoquete como tú. Más valdría tratar de ganar un níquel.<br />

TC: ¿Te refieres a ese artículo, Auto-entrevista, en el que tienes que entrevistarte a<br />

ti mismo ¿Formular tus propias preguntas y contestarlas<br />

TC: Ajá. Pero ¿por qué no te quedas tranquilamente ahí tumbado mientras lo hago<br />

Necesito descansar de tu perversa frivolidad.<br />

TC: Muy bien, bolsa de basura.<br />

TC: Pues ahí va.<br />

P: ¿De qué tiene miedo<br />

R: De sapos de verdad en jardines imaginarios.<br />

P: NO, en la vida real...<br />

R: Estoy hablando de la vida real.<br />

P: Permítame formularlo de otro modo. De todas sus experiencias, ¿cuál ha sido la<br />

más alarmante<br />

P: Traiciones. Abandonos.<br />

¿Pero quiere usted algo más concreto Bueno, los recuerdos de mi primera infancia<br />

son más bien de terror. Tendría tres años, probablemente, quizá menos, y estaba<br />

visitando el Zoo de Saint Louis, acompañado de una negra alta que mi madre había<br />

contratado <strong>para</strong> que me llevase allí. De pronto, se produjo un pandemonio. Niños,<br />

mujeres y hombres adultos gritaban y se apresuraban en todas direcciones. ¡Dos leones<br />

se habían escapado de la jaula! Dos bestias sedientas de sangre acechando por el parque.<br />

A mi niñera le entró el pánico. Simplemente, se dio la vuelta y echó a correr, dejándome<br />

solo en el camino. Eso es todo lo que recuerdo de aquella ocasión.<br />

Cuando tenía nueve años me mordió una serpiente mocasín de agua. Junto con unos<br />

primos míos fui de exploración a un bosque solitario que estaba a unas seis millas del<br />

pueblo de Alabama en donde vivíamos. Había un río estrecho, poco profundo y<br />

cristalino, que discurría a través del bosque. En medio, había un enorme tronco caído<br />

que iba de orilla a orilla, como un puente. Mis primos, guardando el equilibrio, cruzaron<br />

el tronco, pero yo decidí vadear el riachuelo. Justo cuando estaba a punto de alcanzar la<br />

otra orilla, vi una enorme mocasín nadando, moviéndose sinuosamente por la sombría<br />

superficie del agua. La boca se me puso tan seca como el algodón; me quedé <strong>para</strong>lizado,<br />

pasmado, como si me hubieran pinchado en todo el cuerpo con novocaína. La serpiente<br />

siguió deslizándose, avanzando hacia mí. Cuando estaba a unas pulgadas de distancia,<br />

di una vuelta en redondo, y resbalé en un lecho de escurridizos guijarros de arroyo. La<br />

mocasín me mordió en la rodilla.<br />

Confusión. Mis primos se turnaron llevándome a cuestas hasta que encontramos una<br />

granja. Mientras el granjero enganchaba la mula al carro, su único vehículo, su mujer<br />

cogió unos cuantos pollos, los destripó vivos, y me aplicó a la rodilla las calientes aves

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