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Musica para camaleones

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me encogí de hombros: "No hubo ninguna pelea, aunque no siempre hemos coincidido<br />

en nuestros puntos de vista". Luego Fred dijo: "Jake ha tenido problemas de salud<br />

últimamente. Enfisema. Se jubilará a fin de mes. No es que me meta, pero me parece<br />

que sería bueno que lo llamaras. Necesita que lo alienten".<br />

14 de setiembre de 1979: Siempre estaré agradecido a Fred Wilson. Hizo que me<br />

tragara el orgullo y llamara a Jake. Hablamos esta mañana: era como si hubiéramos<br />

hablado ayer, y anteayer también. No parece que hubiera habido una interrupción en<br />

nuestra amistad. Confirmó la noticia de su jubilación:"¡Me faltan sólo dieciséis días!".<br />

Dijo que pensaba vivir en Oregon, con su hijo. "Pero antes pasaré un par de días en el<br />

motel Prairie. Tengo que terminar un trabajito en ese pueblo. Hay unos informes en los<br />

tribunales que quiero robar <strong>para</strong> mi fichero. ¡Escuche! ¿Por qué no vamos juntos<br />

Volvemos a reunimos. Podría esperarlo en Denver, y seguiríamos viaje en auto". Jake<br />

no tuvo que obligarme. Si él no me hubiera invitado, yo le habría sugerido la idea:<br />

muchas veces, dormido o despierto había soñado con volver a ese melancólico pueblo,<br />

porque quería volver a ver a Quinn, quería conversar con él, los dos a solas. Era el dos<br />

de octubre.<br />

Jake, que no aceptó mi invitación de que me acompañara, me prestó el auto, y<br />

después del almuerzo salí del motel Prairie <strong>para</strong> cumplir con mi cita en el<br />

establecimiento de campo B.Q. Recordé la última vez que recorrí esas tierras: la luna<br />

llena, los campos nevados, el frío cortante, el ganado apretujado, reunido en grupos, el<br />

aliento tibio que empañaba el aire ártico. Ahora, en octubre, el paisaje era,<br />

gloriosamente, diferente: la carretera de asfalto parecía un angosto mar negro que<br />

se<strong>para</strong>ba un continente dorado. A cada lado, resplandecían los rastrojos, blanqueados<br />

por el sol, del trigo segado, con vetas de amarillo aquí y allá, como sombras oscuras<br />

bajo un cielo sin nubes. Había toros haciendo cabriolas entre el pasto, y vacas, entre<br />

ellas madres con terneritos, comiendo y dormitando.<br />

A la entrada a la estancia vi a una jovencita recostada contra el letrero de las hachas<br />

cruzadas. Sonrió, y me indicó con la mano que <strong>para</strong>ra.<br />

JOVENCITA: ¡Buenas tardes! Soy Nancy Quinn. Mi papá me envió a que lo<br />

esperara.<br />

TC: Bueno, gracias.<br />

NANCY QUINN (abriendo la portezuela del auto y subiendo): Está pescando. Tendré<br />

que mostrarle dónde está. (Era un alegre marimacho de doce años, de dientes<br />

prominentes. Llevaba el pelo castaño rojizo bien corto, y tenía pecas por todas partes.<br />

Todo su atavío era un viejo traje de baño. Una de sus rodillas estaba envuelta en un<br />

vendaje sucio.)<br />

TC (refiriéndose al vendaje): ¿Te lastimaste<br />

NANCY QUINN: No. Bueno, alguien me tiró.<br />

TC: ¿Te tiró<br />

NANCY QUINN: Bad Boy me tiró. Es un caballo muy malo. Por eso se llama sí. Ha<br />

tirado a todos los chicos del campo. Y a la mayoría de los tipos grandes, también. Yo<br />

dije: Bueno, a que yo puedo montarlo. Y lo hice. Pero por dos segundos. ¿Ha estado<br />

antes aquí<br />

TC: Una vez. Hace años. Pero era de noche. Me acuerdo de un puente de madera...<br />

NANCY QUINN: ¡Está allí, más adelante!<br />

(Cruzamos el puente. Por fin pude ver el río Azul, aunque por muy poco tiempo, y<br />

de una manera tan borrosa como debe ver el picaflor en sus revoloteos. Lo tapaban los<br />

árboles con las ramas caídas hacia el agua. Los mismos que entonces no tenían hojas,<br />

ahora resplandecían de oscuro follaje otoñal.) ¿Ha estado en Appleton<br />

TC: No.

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